Al menos en este país, cuando en una familia una persona muere, de costumbre y ley familiar es, que a los nuevos días se hace la conmoración a la memoria del fallecido y que se llama “el cabo de vela”, es decir, parientes y amigos se reúnen y efectúan una especie de comida colectiva en la que una que otra bebida espirituosa haga compañía y para ayudar a recordar la memoria del fallecido.
Ahora que en este país ha ocurrido el grave hecho de una conflagración que originó la destrucción de una sala de fiestas en la que conservadoramente a cinco días de la fatídica ocurrencia se habla de más de 200 vidas perdidas y más lejos hasta unas cuatrocientas y pico.
Por un lado, está el natural recogimiento que provoca el dolor intimo compartido y por el otro, el aspecto político y social, de que, frente al impacto de lo ocurrido, las autoridades han decidido extender un periodo de duelo de seis días, que en el caso y coincidiendo, abarcará el periodo de la llamada “Semana Santa” católica, donde la feligresía efectúa un recogimiento introspectivo en conmemoración de la muerte más trascendente del panteón católico.
Ante esta circunstancia y siendo este pueblo isleño, uno de mayoría cristiana-católica y donde todo el mundo se conoce, no es de extrañar que el recogimiento sea mayor y no tanto por la religión en sí y sí solo porque efectivamente el dolor compartido y por más que se quisiera ocultar, necesariamente llega a la mayor cantidad de la población.
Naturalmente, cuando la política está de por medio y en esta ocasión lo está sobremanera y por un acontecimiento sorpresivo que ha desnudado a más las carencias e incompetencias de las autoridades y a todos los niveles, mientras al presidencial, es tan patético observar cómo el presidente de la República se refugia en el lloro y el dolor y ofreciendo la lastimosa impresión, de que ni siquiera él ha podido escapar a la ofuscación que provoca un acontecimiento colectivo tan desgarrante.
Si al nivel anterior, el impacto emocional ha sido tan lacerante, por obligación hay que entender el dolor personal e íntimo de los familiares, cuyos parientes han fallecido en la conflagración y a lo que se une el factor del resentimiento personal y mucho más, cuando el dolor acompaña la sospecha, de que el poder y hasta en la muerte, dispensa privilegios a unos y no a la mayoría, generándose el rencor sordo de que para el gobierno de Abinader y el PRM no hay ciudadanos y solo sí diferencias sociales que retratan aquello de familias de primera frente a familias de segunda y bien detrás, pueblo.
Semejante escenario, desde luego que no ayuda en mucho a la convivencia social y menos, a que el dolor se atenúe y peor, cuando por razones de no saber explicar a tiempo los procedimientos de patología forense a nivel de autopsias, se ha generado un fuerte rechazo emocional de quienes, heridos en su dolor, notan que las diferencias sociales se acentúan y porque las autoridades de Salud Pública privilegian el cadáver del don frente al cadáver del de clase media y ni qué decir del de pueblo.
Por supuesto, en esto tiene mucho que ver, el hecho, de que como el presidente Abinader es santiaguero y los altos cinco ejecutivos del Banco Popular y de la familia Grullón que perecieron, también son santiagueros, se da la desconcertante situación, de que como “papeleros” (narices paradas) se muestran hipócritas y taimados y procurando que los suyos sean despachados de patología forense y primero que los demás y tal como ha sucedido y lo que agrava ese sentimiento social de que todavía el gobierno de este país favorece a los privilegiados de la fortuna y del poder, por encima del trato igualitario que los cadáveres de todos los dolientes deberían de tener.
Pese a semejante actitud, tan poco decente y falta de nobleza. Tampoco es, que necesariamente haya que cargarle el dado a Abinader y a su gobierno y también entender, que es de humanos errar, pero también enmendar y a tiempo y lo que lamentablemente tampoco está sucediendo como debería.
Entendiendo todo lo anterior, muchos pensamos, que por lo menos en este periodo de nueve días de cabo de vela, todos debemos dejar a un lado nuestras críticas y resentimientos y de alguna manera tratar de tener conformidad con nosotros mismos y sobre todo, por el profundo respeto que debe tenérseles a las familias -todas- que han sido tocadas por una sorpresiva desgracia, que si bien apunta a negligencia y falta de mantenimiento y respeto a las vidas de los que concurrían a la sala de fiestas mencionada, Jet Set, tampoco debería de ser que se descargara toda la ira contra el empresario al que se entiende jurídicamente hablando como responsable principal de lo ocurrido y cuando se asume, que si las autoridades hubiesen sido diligentes en materia de supervisión, seguramente que la desgracia no hubiese ocurrido. Pero el PRM y como su alter ego el PRD, es lo más dañino que hay.
Desde luego, no es “que el muerto con tierra tiene”, sino que, de alguna manera, todos debemos sacar de nuestro más íntimo yo, la comprensión -tardía o no- de que por las veleidades de la vida también a cualquiera de nosotros en lo futuro pudieras tocarnos.
De entender esta realidad, es inevitable que el profundo dolor que se tiene o la gran “rabia” que el gobierno se ha ganado, sea recogida dentro del profundo sentimiento cristiano, de que por respeto a los fallecidos de manera tan cruel, también se merecen que todos elevemos una plegaria a Dios Nuestro Señor y para que a todos nos de paz y comprensión para continuar viviendo y aceptar, que como humanos somos susceptibles de cometer errores y en ciertos casos, hacer lo peor y aun cuando en ello se nos escape la vida misma. Paz a los restos de los fallecidos y juicio de oportunidad para quienes arrastran su profundo dolor.
Y al entrar ahora al luto nacional, con el cabo de vela de nueve días y se baja el telón. Nos queda la duda. Cuando mataron a Orlando Jorge, Abinader lloró y ahora en lo de Jet Set, también lloró. ¿Y si hubo manos criminales? Con Dios. (DAG) 12.04.2025