lunes, junio 17, 2024
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Desde antes de las elecciones del 20 de diciembre de 1962 nuestra democracia ha sido un fraude y una rotunda estafa en la que la voluntad popular está secuestrada por una fuerte partidocracia

La anormalidad se inició, cuando el entonces Partido Revolucionario Dominicano (PRD) del exilio, sus dirigentes se dieron cuenta de que la Constitución de la República disponía, que para ser candidato a una designación electiva directa, había que ser “dominicano de origen y nacimiento” y Juan Bosch, su señalado candidato presidencial, solo lo era de nacimiento ya que su origen era catalán (España).

Frente a esa situación y con el pretexto de que “esa era una constitución trujillista” se presionó para que la misma fuera reformada y lo que se facilitaba, porque el gobierno del Consejo de Estado era Poder Ejecutivo y Legislativo a la vez y por medio de decretos-leyes controlaba totalitariamente a la nación.

Logrado el propósito, por primera vez la Carta Magna fue enmendada con el exclusivo propósito de favorecer a un político candidato y a su partido y con lo que se creó el mayor y pésimo antecedente, de que el sistema de gobierno y político dominicano era reformable y en la medida que a los partidos o a sus lideres les interesara hacerlo y ayer como ahora, la ciudadanía de clase media a pueblo no era tomada en cuenta y menos en aquel tiempo, cuando el Estado estaba controlado por una especie de casta social, de raíz oligárquica.

No obstante, cuando se llegó al proceso electoral que concluiría el 20 de diciembre de 1962, las elecciones se dieron y el siguiente fue el resultado y para lo que debe tenerse en cuenta que la República apenas tenía 2.5 millones de ciudadanos y de los cuales, se determinó, que menos de un millón 100 mil ciudadanos estaban en capacidad de votar.

Los resultados fueron los siguientes y en base a un padrón de 1.1 millón, de los que Bosch obtuvo cerca de 600 mil votos y el segundo partido más votado y junto a otros de alquiler: 454 mil 944. Con estos dos hechos, así arrancó el primer gobierno constitucional post Trujillo.

Siete meses después y primero por su propia incapacidad e incompetencia como gobernante y segundo, porque ya dentro del periodo de la Guerra Fría y con un Bosch creyéndose liberal y revolucionario, en tanto la nación era extremadamente conservadora, el presidente era derrocado a instancias del Departamento de Estado y de la estación local de la CIA y sirviéndole de operativo ejecutor, el alto mando militar de aquel entonces. Hablamos de septiembre de 1963.

Para mayor peculiaridad de hechos contradictorios, no debe dejarse de mencionar, que el propio partido de Bosch, el PRD, se quedó de brazos cruzados y todos sus dirigentes se fueron a la clandestinidad y con la excepción del subsecretario general, Washington de Peña y lo más significativo, que el derrocado mandatario se fue al exilio en la fragata presidencial y protegido por los jefes militares y con el general advitam Antonio Imbert Barreras, uno de los civiles que participó en la conjura del magnicidio, dando pábulo a que se entendiera, que efectivamente, Bosch quería que lo derrocaran.

Luego de aquellos acontecimientos políticos tan infames, a Bosch lo sustituyó el primer gobierno auténticamente de la oligarquía y con la etiqueta del Triunvirato y el que dividido en dos etapas. Para la segunda, fue presidido por un pupilo oligárquico: Donald Reid Cabral, quien a su vez y para el 23 de abril de 1965, fue derrocado por una combinación de grupos militares de “izquierda” y todo un amplio abanico de fuerzas sociales y políticas que se clasificaban como “castristas” o “comunistas” que tomaron por asalto “revolucionario” el poder y lo que entonces originó, la segunda ocupación militar estadounidense el 28 de abril de 1965, hasta “el retorno de la democracia” con las elecciones de junio de 1966 que ganara el último presidente de la Era de Trujillo, el autócrata Joaquín Balaguer y derrotando al también expresidente Bosch.

En el interin las fuerzas de ocupación aceptaron la junta militar de Imbert Barreras y quien tenía de contraparte al “gobierno populista” encabezado por el coronel trujillista Francisco Caamaño Deñó y los dos, renunciando para dar paso al gobierno provisional que presidió el exdiplomático Héctor García Godoy, quien finalmente y cuando “volvió la democracia” el primero de junio, le entregó treinta días luego al triunfante Balaguer.

A partir de Balaguer, 12 años continuos (1966-1978) le permitieron liquidar a la mayor parte de los grupos “revolucionarios” e imponer una reestructuración política y administrativa de la administración pública y un notorio resurgir económico nacional. Cansada la República de Balaguer, eligió a Antonio Guzmán y luego a Salvador Jorge Blanco y quienes abarcaron el lapso de dos periodos gubernamentales entre los años 1978-1986 y con el PRD como bandería política de gobierno. El populismo más desenfrenado, así como el ramal de lavadores de activos y de la narcopolítica provenientes de la inmigración dominicana a Nueva York, fueron las características de ambas administraciones y dentro de groseros parámetros de persecución política hacia sus adversarios.

Pero el populismo primario del PRD, determinó la derrota electoral de 1986  y el ascenso de nuevo al poder, de un Joaquín Balaguer, que proyectándose por diez años más, no solo que impulsó en 1990 las decisivas reformas económicas estructurales que se requerían y que hasta hoy han seguido los gobiernos sucesivos, sino que impulsó el mayor y más corrosivo secuestro de la libertad de escogencia ciudadana, vía un elaborado plan de sustitución de la voluntad popular electoral por medio de partidos-maquinarias-corporaciones políticas, que como partidocracia, imponían en bloque los candidatos a ganar y lo que hasta ahora electoralmente se ha impuesto y culminando con las elecciones de julio de 2020, que catapultó a Luis Abinader y su partido Revolucionario Moderno (PRM) anteriormente el suyo propio y familiar, denominado Alianza Social Demócrata (ASD) y el que ante el nuevo curso político, se convirtió -como PRM- en la cara amable del sectario y radical PRD de cuando la Guerra Fría.

Propiamente hablando,  desde el 1982, los dominicanos hemos tenido secuestrada nuestra libertad de escogencia, tampoco influencia alguna en las decisiones de las cámaras legislativas y ni hablar en los gobiernos municipales y cuando en el 1996 se inició la Era del PLD, es decir, del Partido de la Liberación Dominicana, que en el 2020 cedió el paso a Abinader y su PRM-PRD de la Guerra Fría, entonces sí que adquirió carta de presentación, una partidocracia, que sustituyó a la voluntad popular y como recién acabamos de ver con las elecciones del pasado domingo en la República de Chile, donde dos candidatos concurrieron y ambos apertrechados dentro de un bloque de partidos y fuerzas sociales de supuestas izquierdas y derechas, quienes de antemano impusieron sus candidatos y determinaron los ámbitos de influencia parlamentaria y municipal de cada bloque partidario.

Esta apretada síntesis, nos evidencia, que desde antes de las elecciones del 20 de diciembre de 1962 nuestra democracia ha sido un fraude y una rotunda estafa en la que la voluntad popular está secuestrada por una fuerte partidocracia. Ahora vendrá el gritar y nosotros aspirando hacia un retorno de elecciones auténticamente libres donde la escogencia ciudadana impere y se haga valer. (DAG)

 

 

 

 

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