lunes, junio 17, 2024
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El agua es un bien estratégico y de máxima seguridad y la petición de los jesuitas es otra provocación más de un grupo católico de raíz subversiva por naturaleza. El diálogo positivo y la negociación correcta deben imponerse

Es más que entendible, que muchas reacciones sobre el contencioso sobre el agua fronteriza que ha estado suscitándose entre Haití y esta nación, sea uno que arrastre de parte de sus ciudadanos, las emociones a flor de piel y que en la medida que el sentido común no impera y las reacciones seudo nacionalistas tan atrasadas afloren en el ánimo popular, difícil para los gobiernos y políticos llegar a un punto de coincidencia de criterios.

Además, hay que decir, que inapropiadamente a los dominicanos, nuestro propio sistema mediático y de propaganda que responde a los intereses de los barones mediáticos, dueños de la concentración de medios en pocas manos y  a su vez por coacción y apropiación salvaje de las riquezas de la nación, nos han hecho creer que el Haití que existe, solo es el de miles de personas negras y hambreadas y supuestamente salvajes en materia de cultura contraria a las normas de civilización más elementales.

Y lo que rotundamente no es cierto. Para desmentirlo, solo bastaría que nuestros medios y periodistas descubran el Haití de clase media, que es en donde está la locomotora económica haitiana y que acompañado de una mano de obra intensiva, es el gran activo de la economía y pueblo haitianos.

En este aspecto, la subversiva orden de los jesuitas especula respecto a que los dominicanos debemos compartir nuestra riqueza hídrica, con un Haití que, en líneas generales, si hoy su riqueza de medio ambiente ha desaparecido, se ha debido a la depredación continua que su misma gente le ha ocasionado a su territorio.

Por lo tanto, a lo máximo que se puede llegar, es, a que los dominicanos fortalezcamos nuestra riqueza natural y nuestros activos hídricos y luego de un arqueo contable exhaustivo y en base a chequear el estado actual de nuestro medio ambiente, empezar a diseñar políticas a largo plazo que beneficien a este país y en una proyección a corto plazo de cuando se tenga un mínimo de 20 millones de habitantes y sabiéndose, que por las fallas orgánicas de un Haití que siempre se ha guarecido en la falsa propaganda mediática de que es supuestamente “la nación más pobre del Continente”, la nación transfronteriza ha creído conveniente sacarle partido a esa miseria que supuestamente le acompaña.

Un ejemplo. Si el país transfronterizo fuera todo lo pobre que se vive diciendo, ¿cómo es posible que desde el 1967, cuando entre Duvalier padre y Balaguer se firmó el acuerdo prorrogable de mano de obra haitiana y para nuestros campos de caña de azúcar de cinco mil braceros por vez, en menos de dos años, es decir, 1969, la mayoría aprendió  a ser obrero de la construcción, aprendiendo sus técnicas y pasando a un nivel de evolución personal y social, que permite, que 30 años luego, más de 40 mil técnicos y obreros de la construcción haitianos o dominicanos de origen haitiano y porque a ese tiempo ya tenían cónyuges dominicanos, sean la base de la industria de la construcción dominicana y el factor de empuje, que ha hecho y por el esfuerzo de todos ellos, que Haití tenga a este día, una clase media-media extremadamente vigorosa y básica para su propio esquema de desarrollo en materia de construcción, agrícola y minero?

Lo que ha ocurrido es más que simple. Los ricos de este país y sus comerciantes y sobre todo los inmigrantes españoles que vivieron en manada al territorio nacional desde hace cien años  y siendo los últimos, para los años finales de la década de los cincuenta del siglo pasado y sus colaterales italianos, han hecho creer que los dominicanos somos “superiores” a los haitianos y que por lo tanto, debemos tener prejuicios racistas y hasta creernos que culturalmente somos superiores y que ha sido la enseñanza abusiva con la que este país y por sí mismo, contribuyó a la errada creencia de “raza superior” que pregonan los seudos nacionalistas del Instituto Duartiano y la secta demoniaca vinchista de origen árabe que le acompaña.

La realidad dice, que, en el fondo, lo que los ricos barones mediáticos han querido, es tener un grupete de vasallos laborales, sumisos en extremo y siempre dispuestos a obedecer sin chistar y que es un rasgo que los haitianos no tienen, que siempre ha sido un pueblo rebelde y de armas a tomar.

Abinader, quien es un dominicano de tercera generación de origen árabe, cuya familia inmigró del Líbano y entrando primero por Haití e igual los Arbaje y ambas, las dos familias reinantes de la actualidad, donde pasaron a ser parte de la clase media baja de allí y hasta hacerse de un nicho de pequeña burguesía, que entendió, que en República Dominicana tendrían más posibilidades de mayor progreso, conoce perfectamente la idiosincrasia haitiana y al punto, de que su gobierno plutocrático cuenta con un entramado de la alta burguesía haitiana de origen árabe.

La suerte de que nuestro presidente sea un joven de mente abierta ayuda en mucho para que él se adentre en el problema artificial que ha sido creado y lamentablemente, por la falta de diligencia y preparación de su cancillería, la que en el 2021 firmó documentos de Estado un tanto lesivos para el interés nacional dominicano.

Claro que el contencioso actual se puede resolver, pero no desde un ámbito hostil y lesivo a los dos países y perjudicial para la funcionalidad de los dos gobiernos y acicateado por los ultras anti de los dos países. Unos, creyendo que la isla es solo suya y los otros, entendiendo y los dos equivocadamente, que al vecino hay que exterminar.

¿Qué procede? una reactualización de los recursos hídricos desde la perspectiva de que es lo que les conviene mejor a los dos países para que las aguas de la isla en su área fronteriza sean aprovechadas sin lesionar al otro y en este plano, creemos que Abinader debe retirar su orden de bloqueo y cese de visados y partir de cero y desde la instancia binacional que rige el reordenamiento de la riqueza natural de los dos países. El, como presidente legal y legitimo y frente a un primer ministro haitiano de facto, está en mejor condición para una negociación directa en la que las dos naciones y sin orgullos y complejos, se avengan a una condición pragmática útil para los dos gobiernos. Al fin y al cabo, el sincope del genocidio común que los ricos le han inculcado a los dos pueblos, desaparece desde el momento que las cientos de miles de familias mixtas binacionales, hacen valer su presencia y generan su poder fáctico que nadie puede ni debe ignorar

Hay que evitar pues, que las emociones infecundas reactiven el espíritu de inconformidad de los sectores binacionales más radicales y en particular, la de los agentes cristeros que ahora se atreven a sugerir soluciones desde sus intereses y desde los otros más anárquicos de los curas de barrio en provincias, que por cierto Abinader controla en la voz más enfermiza de un cura “de pueblo” de nombre Rogelio y otros como un tal Guzmán y ambos de lenguas asesinas y resentidos en extremo y quien, el primero, tiene una pandilla de cinco a seis curas más, acomplejados y avariciosos y que son la punta de lanza de esa pérfida orden jesuita, siempre dispuesta a pescar en río revuelto.

De ahí que enfaticemos y puntualizando, que el agua es un bien estratégico y de máxima seguridad y la petición de los jesuitas es otra provocación más, de un grupo católico de raíz subversiva por naturaleza. El diálogo positivo y la negociación correcta deben imponerse. Con Dios. (DAG)

 

 

 

 

 

 

 

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