lunes, junio 17, 2024
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El marco de la derecha

Una cosa interesante de la negociación fogosa entre Sumar y Podemos fue presenciar el valor de las provincias para los partidos políticos nacionales. Antes de su defenestración definitiva, se hablaba de encontrarle un hueco como diputada a Irene Montero… en Zaragoza. Yo me preguntaba: ¿Qué tiene que ver la ministra con Zaragoza? ¿Hay una copiosa y agradecida comunidad trans allí? El asunto, finalmente, no pasó del rumor, pero da que pensar.

Lo fundamental para los grandes partidos, por delante de representar lealmente a los votantes, es colocar a los suyos. Es habitual que un tío de Cádiz aparezca en las listas de Palencia o viceversa, lo cual no tendría por qué ser malo —sino todo lo contrario—, pero ese paracaidista se olvida enseguida de su circunscripción, en cuanto traspasa las puertas del Congreso. Luego algunos se extrañan de que la gente vote a Teruel Existe y demás: al menos con estos partidos te garantizas que el diputado sepa señalar tu provincia en el mapa.

La democracia española tiene algunos defectos, como todos sabemos, y uno de los peores es la deficiente representación de los representantes. Desconocen a quiénes sirven o, mejor, lo saben demasiado bien: al partido. Los ciudadanos, tras el voto, se quedan cuatro años sin saber qué pasó con su diputado: este se diluye en un mero porcentaje de cada votación en las Cortes, pierde su voz y su autonomía.

Recuerdo haber visto una película británica, cuyo título desconozco (y Google no ha sido capaz de desvelármelo), sobre un refugiado árabe que cuando va a ser expulsado injustamente del Reino Unido recurre al diputado de su zona por consejo de sus abogados, y el diputado lo recibe en su mismo despacho no por razones ideológicas, sino por obligación institucional. ¿Sabemos en España quiénes son nuestros representantes provinciales? ¿Cuántos de nosotros tendríamos la posibilidad de ser recibidos por ellos si necesitáramos su ayuda?

Hace poco estaba en un atasco en la carretera de La Coruña cuando una agradable voz masculina me sacó de la asfixia. Me dejé cautivar por el tono sedoso y profesoral —la carne de gallina—, y, poco a poco, García-Margallo (sí, era él) fue desgranando una deslumbrante teoría sobre la caída en desgracia de Irene Montero. Pedro Sánchez, defendía Margallo, habría sido el oscuro perpetrador del derrumbe de la lideresa de Podemos. El pérfido presidente calculó que con la ley del "solo sí es sí" Montero sufriría tal desgaste popular que dejó que el fallido articulado pasara todos los filtros, votos del PSOE inclusive, con el objeto de demoler políticamente a la ministra. Misión cumplida, claro que sí, con tiro en el pie y todo.

Si el relato de Margallo fuera cierto, la política sería el monstruoso lodazal que todos imaginamos, vale, pero también Pedro Sánchez tal genio del mal que quizás Margallo debería reconsiderar el sentido de su voto. Porque la capacidad de cálculo del todavía presidente sería extraterrestre, descomunal, digna de premio. Tendría no solo talento político, sino también sociológico, psicológico y letal para comprender cómo funcionaría la ley y qué repercusión tendría tanto en Irene Montero (su propia reacción contribuyó en gran medida a su desgaste) como en la ciudadanía.

¿Sabemos en España quiénes son nuestros representantes provinciales? ¿Cuántos de nosotros tendríamos la posibilidad de ser recibidos por ellos si necesitáramos su ayuda?

Resulta siempre fascinante escuchar las palabras del culto Margallo (soy fan), aunque debemos tener en cuenta los peligros de la ficción, incluso para mentes tan bien equipadas como la suya. Las ficciones son más voraces que Saturno y pueden devorar tanto a sus hijos como a sus padres, que se las terminan creyendo.

Otro ejemplo: sostienen los más ardorosos defensores de Irene Montero que Yolanda Díaz, con su veto, ha comprado "el marco de la derecha". Diría que aquí hay menos gracia narrativa que la que posee Margallo y el relato es más tosco, puramente visceral. Quizá ni siquiera sea un relato, sino una mera consigna para tuiteros necesitados de afecto.

Pero ¿alguien de verdad piensa que si Irene Montero conservara el prestigio entre los votantes de izquierdas se la habría excluido de las listas? La realidad, amigos, es que Irene Montero sale muy mal parada en todos los estudios demoscópicos que manejan los partidos políticos, incluido seguramente Podemos. Y obtiene muy malos resultados entre los votantes de derechas, cómo no, pero también entre los de izquierdas.

Esa ha sido su perdición y no otra, el enorme descrédito entre los suyos (y las suyas, ojo). Yolanda Díaz no ha comprado el marco de la derecha, qué va, sino el de la demoscopia; un marco tan demoledor para la ministra de Igualdad que ni siquiera le han hecho hueco en las listas electorales de esas provincias que solo están para colocar diputados. Así de dura, cruel y descarnada es la vida. (Por eso algunos, voluntaria o involuntariamente, nos refugiamos en la ficción). Por: Juan Aparicio Belmonte [20minutos]

 

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