Está bien que todo un presidente de los Estados Unidos nos recuerde a los periodistas que somos unos «hijos de perra». Nos creemos el centro del mundo y solo orinamos en los márgenes. Ya era hora que nos pusieran en nuestro sitio Urbi et Orbi.
Sobre todo, si es un demócrata. Donald Trump estaría sufriendo el martirio de la parrilla con su hamburguesa favorita. Los micrófonos son cepos para un político que no está acostumbrado a la caza. Por eso en muchas de las comparecencias de Pedro Sánchez no se admiten preguntas y en el Congreso se cuestiona qué plumillas pueden dirigirse a la aristocracia no titulada del poder.
Lo peor que le puede pasar a un político es que una frase arruine su carrera, así es que es mejor hacerse el muerto y manejarse como el mudo de los hermanos Marx. Puede que así se haga el ridículo, pero eso ya es una costumbre, pocos esperan otra cosa de un representante público.
Biden, el hombre que parece un muñeco de cera, como Andy Warhol pero con menos tinte en el pelo, tiene una gran capacidad para hacerse querer por los buenistas del mundo todo.
La autopromoción demócrata es puro arte. Su misión consiste en hacer que parezca que le enseña la lengua a Putin, que en su jerga será otro hijo de, que le viene bien para sobrevivir mientras chapotea en la nada. Nieva en Ucrania, y nevará, qué escribió Joyce, sobre los vivos y las tumbas de los muertos sin que haya consenso de quién es el hijo de perra.
Donald Trump se despidió como un energúmeno a la cara, un hijo de, y Biden, resulta ser una víbora transformada en Bambi, un hijo de, pero es nuestro hijo de. Es lo que hay. Los españoles no podemos elegir al presidente de los Estados Unidos como tampoco a nuestro padre. Por lo que existen entre nosotros hijos de Putin y otros que esperan la convocatoria de un programa de televisión para conocer a su hacedor. Si el emperador insulta a un periodista qué no han de hacer los virreyes de ultramar con los bastardos. Por: Pedro Narváez [La Razón]