En Brasil. Lo del domingo fue una toma de pulso y el despliegue militarizado de ayer en 20 ciudades así lo confirma. No se deben descartar nuevos desafíos, encerronas y con un gobierno federal bajo acoso y nacional e internacionalmente

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Quien no está habituado a los hechos propios de la política del poder, perfectamente que pudo interpretar erróneamente la toma de la capital que escenificó el partido del expresidente Bolsonaro al lograr poner en jaque a todo un gobierno “izquierdista” que, por primera vez, sus parciales se veían retratados en las movilizaciones continuas que hicieron y antes de que el actual presidente Lula da Silva llegara al poder por primera vez en el 2003.

Para aquel entonces, Lula se lucía como el líder del partido de los trabajadores y en función de sus apetencias propias y colectivas por llegar al poder, no fueron ni una ni dos las manifestaciones que encabezara y las que realmente fueron una especie de copia al carbón de las que este pasado domingo, Brasil, una formidable nación-continente, experimentó por primera vez, pero en su versión más desalmada y por parte de la derecha realmente sediciosa y casi golpista.

Por lo tanto, si venimos a ver, lo recién ocurrido no fue nada nuevo para la vida política o social brasileña y sí una evidencia concreta, de que los extremismos políticos en muchos aspectos se tocan o coinciden.

En esta ocasión, el arrebato de los bolsonaristas, impulsado indudablemente por determinados políticos adeptos al expresidente y quienes ocupando posiciones de poder en uno que otro Estado y cientos de posiciones a nivel parlamentario como municipal  y lo que se demostró con la creación de “campamentos” de factura golpista e instigadora para que el Ejército escuchara sus reclamos de derrocar al presidente Da Silva y haciéndose al unísono en varias ciudades al mismo tiempo y lo más descarado, campamentos que se encontraban a las puertas de bases militares de tierra y como ocurrió en Brasilia. Sin duda que fue un arrebato que llegó más lejos de la peor pesadilla que Lula hubiese podido haber supuesto.

Y que sin duda, fue la razón de que el presidente y al no haber dispuesto las diligencias de lugar para que el aparato de la justicia hubiese bloqueado los campamentos e impedido las caravanas continuas de más de 300 autobuses de todo Brasil llevando seguidores y agitadores a la toma de la capital, fuera el primero en sorprenderse por el espectáculo desatado y el que ciertamente estuvo a punto de haber generado un conflicto mayor a nivel nacional.

Hasta ahora, tanto el ejército como las diversas fuerzas policiales y de seguridad respaldaron al nuevo gobierno, pero conociendo el “historial” golpista militar que todavía está dormido y que naciera para la época de la CIA con las llamadas “fronteras movibles”, nadie desconoce, que del cuerpo de generales, por lo menos el 40 por ciento se inclina por Bolsonaro, en tanto cada sector político calcula sus verdaderas potencialidades de poder y peso político en el Congreso Federal como en los Estados y gobiernos municipales, que necesariamente haya que entender, que se está ante el primer episodio de una situación de inestabilidad social y política que apenas comienza.

Obsérvese, que por primera vez en muchos tiempo,  un sector político importante de la política del país sudaca, utiliza la calle como la demostración virulenta de unas masas que fueron aleccionadas por el discurso flamígero y revanchista, de un Bolsonaro, quien agotando sus últimos días en la presidencia, no dejó de incitar las más bajas pasiones en contra de un Lula, que ya anciano y hasta torpe en el andar y protegido siempre por un grupo de validos que encabeza su esposa, fue evidente que la crispante situación le sacó de su propio equilibrio emocional.

La suerte para el nuevo gobierno fue que el gran exceso que cometieron los manifestantes al afectar los bienes e inmuebles públicos en los tres principales edificios de la sede del poder y destruyendo parte de sus instalaciones, indignó a la opinión pública y que fue el hecho trascendente, que determinó el vuelco de la población y las fuerzas vivas e igual las militares y policiales en apoyo del nuevo gobierno.

Si los manifestantes  no hubiesen caído en la irresponsabilidad de haber cometido destrozos que tienen que ver con documentos y testimonios gráficos y fílmicos de la historia del país y por la indignación colectiva que tenían y tienen los bolsonaristas, quienes asumen, que a su líder le “robaron las elecciones”, nadie podía haber supuesto que todo no pasaría de la noche del domingo, de la detención de mil quinientos sublevados y de unos daños materiales y hasta morales, que con el tiempo podrían subsanarse.

Pero tampoco nadie puede creer, que lo ocurrido no podría repetirse o que en lo futuro, la figura del magnicidio y la otra de hasta un golpe de Estado real, no pudieran presentarse. Solo será cuestión de esperar la evolución de las fuerzas políticas encontradas, en la que Lula aparenta tener el control del gobierno, pero sabiendo que Bolsonaro tiene y firmemente en sus manos, la mayoría parlamentaria decisiva para hacer trizas todas las políticas que el partido de los trabajadores quisiera implementar.

Desde luego, el lector podrá o no estar de acuerdo con este análisis, pero si recuerda que la política del poder tiene que ver con hechos y no suposiciones, creemos que sería bueno que cada uno tomara las salvaguardas de lugar y mucho más, cuando contra todo pronóstico, la misma realidad indica, que la “izquierda blanda de Lula” y frente a la derecha rabiosamente alborotada de Bolsonaro, bien que pudiera quedar en minoría estratégica y desde el momento que Lula no haya podido materializar todas o la mayoría de sus propuestas electoralistas.

Además, está el aspecto geopolítico al tenor de la sombra ominosa que proyecta EEUU, la Unión Europea, Reino y Unido y aliados, en su lucha frontal por mantener su posición hegemónica a escala mundial, a propósito de la variable de guerra económica punitiva que ha sido entablada contra  Rusia y aliados y con el pretexto de la invasión rusa a Ucrania y que no ha sido más que la respuesta de la Federación de Rusia al golpe de estado perpetrado en el 2014 en Kiev y por el mismo EEUU y aliados y su ejército mercenario de la OTAN.

Si se tiene en cuenta el factor internacional y la posición de primera fila de Brasil en el grupo BRICS, definitivamente habría que decir, que Lula y su gobierno deberán andar con pies de plomo y si es que quiere llegar a un final más o menos positivo de su mandato.

De ahí que consideremos, que, en Brasil, lo del domingo fue una toma de pulso y el despliegue militarizado de ayer en 20 ciudades así lo confirma. No se deben descartar nuevos desafíos, encerronas y con un gobierno federal bajo acoso y nacional e internacionalmente. (DAG)