miércoles, julio 3, 2024
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Entre exclusiones, privilegios y diferencias sociales acentuadas

Entre los siglos XIX y XX hubo en este país una de divisiones tan marcadas entre los ciudadanos, que no solo tenía que ver con lo arbitrario de familias de primera o de segunda y detrás, pueblo, que solo para el último trimestre del año 1930, la República pudo empezar a sentir la posibilidad de que aquel injusto estado de castas originadas en el sistema de clases español, parecería que podría empezar a tener final.

Sin embargo no fue así y con todo que en la Era de Trujillo (1930-1961) fue mucho lo que se hizo al respecto, al final del último trimestre del año 1961 y desaparecida el 19 de noviembre la etapa desarrollista de 31 años, las viejas clases sociales y de manos de lo que había de oligarquía dormida, volvió a resurgir e impulsado por el hecho, de que la familia Vicini  y como matriz de la conjura que dio al traste con Trujillo y su etapa de gobierno, impuso de nuevo el sistema de castas, pero transformado –“evolucionado” podría decirse- en sectores familiares de poder social y económico hijo del oprobioso sistema de dones (don fulano o doña fulana) que rápido, tomó control de la vida dominicana.

Para la desaparición del sistema personalizado del trujillato como gobierno de Estado, la oligarquía  impuso, que terratenientes y conglomerados artesanales de fortunas insipientes, salvo la Vicini, que provenía desde los años 1800, empezaron a conformarse y gracias al cambio político que tuvo verdadero inicio en los gobiernos postrujillista de la etapa 1966-1978 que presidía Joaquín Balaguer, el último presidente de las Era desaparecida, empezó a conformarse en aquel país de estructura social y económica rural, un inicio  de país y economía capitalista de predesarrollo económico y social.

Esa etapa y que abarcó también los gobiernos del PRD del periodo 1978-1986, comenzó a gestarse un sistema de economía subdesarrollada con institucionalidad política autoritaria y espíritu de cuartel y fundamentada en el enriquecimiento desproporcionado de individuos y sectores en base al ejercicio de corrupción desde el poder y mediante contratas y contratos de servicios y obras públicas  gubernamentales, por lo que, cuando Balaguer retornó a la llamada etapa de los diez años 1986-1996, había surgido una capa de pequeña burguesía sustentada en el tráfico de influencias, el contrabando, la evasión fiscal, la industria de la corrupción y la inversión de dineros provenientes de negociantes y bajo mundo dominicano de Nueva York.

Surgió el ahora principal banco privado (el estatal había nacido para los años cuarenta) y le siguieron el fuerte desorden financiero de más de cien financieras y las que alcanzaron su mayor nivel en el lapso 1982-1986 hasta caer en una quiebra masiva y casi estandarizada, que dio paso al fortalecimiento de la vieja oligarquía, pero cohabitando con el principio de nueva burguesía hija en gran medida de la construcción a gran escala que emprendiera Balaguer, el alto comercio, la insipiente agroindustria y los brotes de negocios de la minería, la industrialización a gran escala de la caña de azúcar y la industria del ron y la otra de cigarrillos, pero en manos de grupos privados de origen extranjero y básicamente estadounidenses, mientras el Estado se quedaba con el control de millones de metros cuadrados de terrenos, antes cañaverales y ahora base de la nueva industria hotelera, que trajo a su vez un nuevo tipo de comercio e inversión, que  generó la nueva etapa de nuevos ricos, que ahora y desde el 1996 al 2020, reconvirtieron la economía en una emergente y gracias al empuje estatal.

Durante todo este lapso y ya de 63 años. Así como en el mismo nacieron 8 millones de dominicanos, por igual se impuso una cierta evolución del sistema social de castas y mediante la creación de una formidable burocracia estatal y de la que surgió la privada, que en sentido amplio, consolidó la evolución de los dones del pasado a  los tecnócratas y burócratas que mediante el otorgamiento de ”oportunidades de empleo” y corrupción disimulada, dieron paso a una serie de círculos sociales estrechos y en los que quienes tenían la oportunidad de ser parte, se transformaban en la nueva clase económica y social que ha llevado el control social a su expresión más ruin y bastarda y en base a la prostitución, el lavado de activos y a una prensa propiedad del empresariado y el alto comercio, que ha sido el vehículo para que una parte de la población, la más joven. Hablamos de cerca de tres millones y medio de individuos entre los doce y los 26 años, haya dejado a un lado el sistema educativo de moral y buenas costumbres y hasta llevar la vida de la nación a lo más parecido a la existencia de un lenocinio a gran escala.

Por esa entrada abrupta del comercio carnal y el impulso que los lupanares en las redes sociales le dieron, a una juventud, que poco le faltaba para convertirse en una totalmente pervertida, pasaron los exponentes de la desvergüenza y el deshonor y dentro de una juventud ya acostumbrada a la droga y la banalidad y la que desde determinadas plataformas en internet, y al estas penetrar de a hondo en las mentes de los más jóvenes y quienes convertidos en carnes de placer mediante las chicas y los chicos acompañantes, fueron parte de ese recurso “estratégico” de los teteos (grandes bacanales públicos en los barrios marginales de las ciudades y como impulsadores de la música urbana y sus cientos de antros de diversión y libertinaje, así como de exponentes y música “barrial popular”, con difusión directa en los puti lupanares mediáticos y estos últimos de diez años de existencia.

La República entonces y de golpe, ha sido convertida en un gran lupanar y el que ahora, con sus ramificaciones en la industria hotelera y la otra del vicio que la acompaña, ha terminado por hacer del nuevo dominicano, materia frágil y en lo relativo a la perversión de costumbres y el uso descontrolado de la droga, así como de las prácticas de acoso sexual impulsadas por altos burócratas públicos y privados.

Las viejas y nuevas castas se han ramificado y formado alianzas con otras del exterior y básicamente de EEUU, España e Italia originada en una mayoría de los inmigrantes criollos en esos países y dejando “la sobriedad y el buen orden” dentro de un manto de hipocresía y para uso de la oligarquía y la alta burguesía, que manejándose con cierto dejo de supuesta y artificial “honorabilidad”, ni siquiera para el observador más atento, este se da cuenta de la podredumbre moral que azota este país y a su sociedad.

Ya no hay familias de primera o de segunda, ahora la corrupción lo ha democratizado todo y la desvergüenza como el latrocinio campean por sus fueros y con una justicia represiva proveniente del Poder Ejecutivo, totalmente corrompida desde la Procuraduría General de la República, en donde los que roban y saquean el erario, son premiados con sugerencias al gobierno central de otorgarles contratos de obras públicas y para que con lo obtenido, estos paguen las multas de lo que se robaron.

Ni que decir, que cuando esto sucede y se ven altos cargos de ese Ministerio Público Central y con bienes y activos provenientes de regalos de capos del narco, o jefes políticos y sus vasallos, millonarios sin poder explicar las fortunas que tienen y ni hablar de periodistas, comunicadores y productores de radio y televisión, adinerados en extremo, mientras a la gente decente que el país aún tiene, a sus miembros no se les da paso y para decirlo suavemente, “porque no saben robar”, es inútil pensar que en el actual desorden de vida que se vive y con ese material humano tan maleable ante lo ilícito, se pudiera tener un mínimo de optimismo de que en algo se pudiera cambiar.

Y para más inri y viendo como el gobierno en funciones se maneja, nadie con buen juicio puede creer que la autoridad nacional tomará el toro por los cuernos, salvo que parta por el medio y contra viento y marea, se sacrifique y haga que la República realmente se reencauce por sendas de moralidad, trabajo honesto y progreso, pero se está ante un nuevo gobierno que surge en base a trampas y robo de la voluntad popular y con una atrapada opinión pública, que adormecida por las peores prácticas de clientelismo y “ayudas sociales”, se le ha enseñado al “pueblo humilde y trabajador” a vivir como nunca antes de la corrupción y la prostitución de vidas y costumbres, tal como hace sesenta años, ni los más pesimistas hubiesen podido suponer que pudiera ocurrir.

De este modo y ya en el siglo XXI, esta nación vive y si Dios no mete su mano, entre exclusiones, privilegios y diferencias sociales acentuadas. Con Dios. (DAG) 01.07.2024

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