Apenas el viernes, el Estado concluyó el año lectivo y ya los padres empiezan a recorrer la vía dolorosa, que debería ser placentera, para inscribir a sus hijos en las escuelas. “No hay cupo”, el estribillo resuena en centros capitalinos como el Fray Ramón Pané, demolido para ampliarlo porque según las autoridades su estructura no resistía otra planta.
Sin embargo y pese a que ya fue incluso entregado por el Gobierno, aun una parte del alumnado toma clases en aulas alquiladas y ni en esos lugares ni en su sede, hay espacio para nuevas matrículas.
Así, la frase ¡Que nadie quede fuera! enarbolada con tanto entusiasmo por esta gestión, sigue como un enunciado. Lo que parecía una tortura llegada a su final con la apertura del plantel, tras cinco años de lucha, amenaza con perpetuarse y excluir del reparto del pan de la enseñanza a niños y adolescentes pobres y queda sin sentido la exhortación a estudiar para labrar un mejor porvenir.
Está el precedente del año escolar pasado en el que niñas como Luly, de seis años, no tuvieron acceso y como su familia no pudo pagar un colegio, quedó rezagada y entraría de siete a primero pero ya avisaron “no hay cupo”.
Dramas como el de Carla Jiménez Grau, del sector Los Próceres, muestran la punta de una realidad amplia. “Mi hija hizo el sexto en la Santa Teresa de Calcuta, a más de tres kilómetros y debía ir a pie. En la ‘Fray’ me dijeron que estaba lleno”.
Otros niños acompañan a la chiquilla en su exposición a cruzar la transitada avenida, de un lado Bueventura Freites y del otro Defilló y a caminar ida y vuelta bajo el candente sol. muestran sus ganas de estudiar, de prosperar pese a la dificultad que las autoridades no resuelven.
Ahora que va a primero de secundaria, impartido por la Pané en la tarde y en los salones rentados de un colegio, su madre fue a averiguar, le dijeron que están llenos y ha recorrido otros planteles solo para escuchar la misma respuesta aniquilante.
La desesperación de la progenitora expresada en lágrimas y suspiros hondos, refleja la de tantas familias que afrontan ese calvario, nada luminoso.
Es el clamor colectivo de los que esperan que ya no sea necesario ese viaje largo y riesgoso y que la escuela que fue derruida para ampliación sea por fin concluida y como pregonan las autoridades, universalizar la educación.
Aulas inclusivas
Una promesa pendiente en la estructura es la educación inclusiva, o sea, las aulas especiales. Jacqueline Santana, de La Yagüita, confía en que sí las abran por el bienestar de su hija y de otros tantos pequeños y adolescentes de los sectores circundantes que no pueden acceder a educación privada. (Hoy-ps/ OJO-jj)