El pasado lunes medio mundo quedó virtualmente incomunicado durante seis largas horas. Fueron las que, por una causa todavía no debidamente explicada, tres grandes redes sociales –Facebook, Instagram y WhatsApp– dejaron de funcionar. Hablar de «medio mundo» no es ninguna exageración, ya que la compañía propietaria de dichas redes con sede en Silicon Valley, California, cuenta entre sus clientes con más de 3.000 millones de usuarios.
Esta inimaginable cifra refleja el poder que significa controlar la comunicación interpersonal y parte de la económica, pues en la era de internet el comercio electrónico es una creciente realidad. ¿Se imaginan lo que hubiese podido suceder si durante las catorce semanas de confinamiento domiciliario vivido el pasado año con ocasión de la pandemia, media humanidad hubiese estado incomunicada por la caída de estas redes?
Esta simple reflexión pone de manifiesto el monopolio que sobre nuestras vidas ejercen las pocas compañías titulares de las redes y, en consecuencia, la ineludible necesidad de una regulación pública de su funcionamiento. Es conocido cómo incluso el presunto hombre más poderoso del planeta, el expresidente Trump, fue censurado en Twitter, limitando seriamente su «libertad de discurso», otra de las acusaciones de Haugen.
Este ejemplo es elocuente sobre el poder que ejercen, incluso monopolísticamente, anteponiendo siempre sus beneficios económicos, como el pasado año afirmó el Congreso de los Estados Unidos en un informe elaborado como paso previo a una eventual regulación.
Tras llevar días filtrando anónimamente algunos de esos informes, dio la cara en TV la víspera del apagón referido, y el martes compareció nada menos que ante el Senado norteamericano acusando a su excompañía de inducir conscientemente a un 13% de las jóvenes adolescentes a tendencias suicidas y a la anorexia, entre otras muchas cosas.
Las consecuencias de su declaración no se han hecho esperar, con una fuerte caída de la cotización en bolsa de Facebook, y la paralización de diversos proyectos que estaban en marcha. Sin duda, con Frances Haughen hay un antes y un después en el mundo de internet, que es tanto como decir en la Historia del mundo actual. Ignoramos si su vocación política sigue intacta, pero, si se decide a ello, sin duda que a sus 37 años tiene un gran futuro por delante.
De momento los senadores, tanto demócratas como republicanos, la trataron con particular deferencia, lo que apunta en esa dirección. De cualquier forma, si esta vez se hace efectiva esa necesaria regulación, estaríamos ante una histórica decisión. Sin exageración alguna. Por: José Fernández Díaz [La Razón]