Inmortalidad cibernética: Redención «low cost»

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El Libro del Génesis con el que comienza la Sagrada Escritura, narra la escena en la que el diablo tienta a Eva para que desobedezca el mandato recibido de Dios, de «no comer del fruto del árbol de la ciencia del Bien y del Mal». El maligno representado en la serpiente convence a Eva de ello, con el argumento de que Él no quiere que prueben de ese fruto porque sabe que si lo hicieran serían otros dioses como El».

Teológicamente, ese mandato del Creador se interpreta como un claro límite al relativismo moral que niega la existencia de un bien y un mal, objetivos establecidos por Dios, atribuyéndose el hombre –«varón y mujer los creó»– la capacidad de decidir autónomamente en cada situación lo que está bien o está mal.

A nivel general, el relativismo es una realidad ya establecida en Occidente (con EEUU y la UE en vanguardia) como un dogma laico de hecho y de derecho, impuesto ya como de obligado cumplimiento, y actuando como una auténtica «dictadura del relativismo» en conocida expresión acuñada por Benedicto XVI. El perímetro del debate público aceptado como «políticamente correcto» queda circunscrito a ese dogma cuyo contenido concreto se aplica a lo que el mismo Joseph Ratzinger definió como «el credo del anticristo».

Esa voluntad de querer ser «otros dioses» está cada día más desarrollada en nuestra actual civilización, siendo el transhumanismo una de las expresiones últimas de esa aspiración, manifestada en querer eliminar las limitaciones de nuestra naturaleza humana, en particular evitando el sufrimiento causado por el dolor, y mediante la superlongevidad, con la inmortalidad como suprema aspiración.

En la práctica, y como señala el experto en la materia Albert Cortina, actúa ya cual si fuera una religión de sustitución –en especial del cristianismo– ofreciendo una salvación «tecnológica» con una inmortalidad en el ciberespacio que ellos denominan como «cibernética».

Para los transhumanistas el hombre es básicamente información, y esa inmortalidad «cibernética» aspiran a conseguirla transmigrando esos datos del cerebro humano a otro ente que no sea el cuerpo. Ese nuevo hombre resultante de esa hibridación con un soporte digital dará lugar al «avatar» –un ser ficticio– que disfrutará del paraíso del metaverso sin esfuerzo alguno por su parte: es una redención «low cost» como afirma el profesor Albert Cortina.

El transhumanismo define precisamente ese estado de transición del ser humano desde su naturaleza caída a una posterior donde esas limitaciones quedan superadas por el ser posthumano. La IA ya nos va preparando a ese futuro y sus profetas, sacerdotes y sacerdotisas, se identifican con una chapa en la solapa. Por: Jorge Fernández Díaz [La Razón]