Si hay un problema que ha afectado a la República Dominicana por décadas, es el déficit del sector eléctrico. Muchos analistas lo comparan con un cáncer que frena el desarrollo del país. Lo más preocupante es que la situación se ha agravado: en 2024, el Estado tuvo que desembolsar más de 1,600 millones de dólares para cubrir el déficit energético, una cifra sin precedentes en nuestra historia.
La pregunta es simple: ¿por qué este problema sigue creciendo en lugar de resolverse? La respuesta está en las pérdidas del sistema eléctrico. En 2019, el 27% de la energía producida no fue cobrada debido a robo, fraude o fallas técnicas. Para 2024, la situación ha empeorado drásticamente, con pérdidas que alcanzan el 38%, el peor retroceso en nuestra historia reciente.
Es como tratar de llenar un tanque de agua con una tubería rota: sin reparar las fugas, no importa cuánto dinero se invierta, siempre se perderá una parte importante. Del mismo modo, mientras persistan la ineficiencia y el fraude en la transmisión y distribución de electricidad, el Estado seguirá gastando sin solucionar el problema de fondo.
La solución no es un misterio. Se requiere mayor inversión en medidores, mejores cables, tecnologías antifraude, rediseño de contratos con brigadistas y concienciación ciudadana. En lugar de continuar subsidiando un sistema ineficiente, debemos cerrar las fugas.
Un ejemplo para seguir es Albania, un país cuyo sector eléctrico enfrentaba problemas similares. Tras un intento fallido de privatización en 2009, las tres empresas de distribución fueron renacionalizadas en 2014 por el pobre desempeño obtenido durante los años de gestión privada. Ese mismo año, una crisis energética dejó al país al borde del colapso, con un apagón generalizado que ponía en riesgo la estabilidad social.
Con un sector eléctrico en quiebra y un gobierno incapaz de seguir subsidiándolo, a lo interno del gobierno se plantearon dos opciones: aumentar el precio de la electricidad o reducir las pérdidas.
El primer grupo argumentaba que la solución más rápida era subir las tarifas, algo que traería oxígeno a las finanzas públicas del país. Sin embargo, otros dentro del gobierno decían que sería injusto que los buenos ciudadanos pagaran por los que robaban electricidad. Para ellos, la verdadera solución era atacar el problema de raíz: el robo y las pérdidas del sistema.
Al final, esta última visión prevaleció, y Albania decidió enfrentar la dura batalla de reducir pérdidas en lugar de aplicar la vía fácil de subir tarifas. Con apoyo del Banco Mundial y otros organismos internacionales, el gobierno albanés lanzó un ambicioso plan para reducir las pérdidas del sector eléctrico. Este plan incluyó:
- Inversión en infraestructura: modernización de redes eléctricas, reemplazo de cables y subestaciones obsoletas.
Más medidores: instalación masiva de cientos de miles de contadores para evitar el robo de electricidad y reemplazo de contadores alterados.
- Uso de tecnología antifraude: instalación de un sistema de gestión de datos de medidores para mejorar la precisión del seguimiento del consumo de electricidad.
- Concienciación ciudadana: una gran campaña para cambiar la percepción de la electricidad como un derecho y, en cambio, la enmarcó como un bien económico por el que se debe pagar.
El impacto fue sorprendente y las mejoras en el sector ocurrieron más rápido de los que todos pensaban. En apenas cinco años, Albania redujo sus pérdidas del 36% en 2014 al 22% en 2019, logrando que el déficit del sector eléctrico pasara de representar el 0.9% del PIB a solo 0.3%. Para las familias que no podían pagar la electricidad en el nuevo esquema, el gobierno albanés dedicó 16 millones de dólares para dar subsidios focalizados para cubrir el consumo mínimo de las familias más pobres del país.
Los resultados fueron notables. En solo cinco años, las pérdidas se redujeron del 36% en 2014 al 22% en 2019, disminuyendo el déficit eléctrico del 0.9% del PIB al 0.3%. Como resultado, Albania obtuvo un beneficio neto de 67 millones de dólares y una rentabilidad del 19.6% en el proyecto del Banco Mundial. En otras palabras, el préstamo se pagó solo y logró reducir la presión fiscal del sector.
En la República Dominicana podemos aprender de esta experiencia. En lugar de recurrir a apagones, aumentos de tarifas o privatizaciones sin estrategia, debemos enfocarnos en mejorar la eficiencia del sistema.
El robo de electricidad no es un problema sin solución ni un obstáculo cultural imposible de superar. La clave está en invertir en infraestructura, aplicar tecnología, mejorar los contratos de brigadistas y educar a la población.
Si Albania pudo hacerlo, nosotros también. Es hora de cerrar las fugas y sacar a nuestro sistema eléctrico del agujero negro en el que se encuentra. Por: Juan Ariel Jiménez (Listín Diario)