Memorias de una emigración

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Recuerdo haber comentado hace años, injustificadamente molesto, Memorias de una emigración. Santo Domingo, 1939-1945 [Ariel, 1975], de Vicente Llorens, reconocido intelectual español que engrosaba el grupo de refugiados republicanos que fue acogido por República Dominicana en 1939 tras la victoria de Franco en España.

He vuelto a leer Memorias… y reconozco, además de su encomiable labor, lo que pudo parecerles a muchos de esos refugiados el Santo Domingo de entonces bajo una dictadura como la de Trujillo. Mi reacción hoy es diametralmente opuesta a la de entonces.

A la dictadura no le importó que entre los refugiados hubiera marxista-leninistas, socialistas, comunistas, anarquistas e izquierdistas de toda índole. La apertura que el panorama político mundial imponía al régimen dominicano nos favoreció, sin duda, con el acontecimiento cultural y político más importante de República Dominicana en el siglo XX. Modernizó un país que, solía expresar Pedro Henríquez Ureña, apenas salía del siglo XIX: “Digo siempre a mis amigos”, escribe el insigne humanista en ‘La antigua sociedad patriarcal de las Antillas’, “que nací en el siglo XVIII. En efecto, la ciudad antillana en que nací (Santo Domingo) a fines del siglo XIX era todavía una ciudad de tipo colonial, y los únicos progresos modernos que conocía eran en su mayor parte aquellos que ya habían nacido o se habían incubado en el siglo XVIII […]. En el país la única industria de gran desarrollo era la azucarera; el resto de la producción provenía de una lánguida y atrasada agricultura tropical.”

Muchos de los refugiados, entre los que figuraban juristas e intelectuales prestigiosos se incorporaron como docentes de la Facultad de Derecho, de Ciencias, de Filosofía; la creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes fue producto también de la presencia de importantes artistas plásticos exilados en Santo Domingo. Lo mismo sucedió con la música y el teatro. Dibujantes y escritores notables colaboraron en los principales periódicos nacionales y durante un cierto tiempo, los refugiados gozaron de relativa “libertad” en Santo Domingo.

En el torbellino de esa puesta al día el escritor y reconocido profesor de literatura Vicente Llorens jugó un papel importante en la organización de la Facultad de Filosofía en la Universidad de Santo Domingo; la Facultad de Derecho fue remozada y fortalecida por profesores de renombre; el eminente criminalista Constancio Bernaldo de Quirós formó parte del cuerpo docente de la Facultad de Derecho; en las artes plásticas hubo figuras relevantes como José Gausachs, José Vela Zanetti y Manolo Pascual; en la literatura se destaca Eugenio Fernández Granell, cofundador e importante colaborador de la revista La Poesía Sorprendida; en la música destaca Enrique Casal Chapí, fundador de la Orquesta Sinfónica nacional.

Llama la atención que Vicente Llorens, en Memorias… no se refiera ni aluda a las razones que motivaron a Trujillo a recibirlos. Reconoce, en cambio: “En proporción con el número de habitantes, ningún otro país de América acogió a tantos emigrados republicanos españoles como Santo Domingo […]. Si el número de refugiados fue tan considerable, su permanencia, en cambio, fue muy fugaz. A principios de 1943 había sólo una tercera parte de los que llegaron a fines de 1939 o en los primeros meses del año siguiente.”. Tiene razón igualmente al agregar: “Cuando Yocasta, en Las fenicias de Eurípides, le pregunta a Polinices, que acaba de regresar a su patria, cuál es el mayor de los males que se padecen en el destierro (es decir, en lugar ajeno del que no se es ciudadano), la respuesta es la siguiente: ‘No tener libertad para hablar’. Lo que a Yocasta le parece terrible y cosa propia de esclavos.” El país tampoco tenía el desarrollo suficiente para retenerlos.

Vicente Llorens durante su estada realizó una encomiable labor académica y cultural. Es consciente de que sus Memorias… pueden herir susceptibilidades: “La susceptibilidad de los pueblos es más extremada que la de las personas y no menos imprevisible. […]. Me dolería mucho herir las convicciones de cualquiera y más aún las de todo un pueblo cuya cordial acogida, en momentos bien difíciles para todos nosotros, nos hizo olvidar nuestra condición de refugiados. La observación crítica no está reñida con la estimación personal”. Sus años en Santo Domingo dejaron huellas; la Antología de la literatura dominicana (I. Verso; II. Prosa), publicada en ocasión del centenario de la República en febrero de 1944 para la cual contó con la colaboración del crítico Pedro René Contín Aybar y del poeta Héctor Incháustegui Cabral; para la creación de la Facultad de Filosofía, con el de Julio Ortega Frier, rector de la Universidad.

Vicente Llorens parece no perdonarse haber colaborado, obligado por una apremiante necesidad de contingencia, con un régimen como el de Trujillo que no tenía ni pretendía diferenciarse con el de Franco; no tener conciencia de que su encomiable aporte a la cultura dominicana compensaba “su colaboración” con semejante satrapía: “Santo Domingo, bajo Trujillo, llegó a ser como una gran losa invisible que impedía nuestros movimientos espontáneos, o mejor dicho, como una campana neumática que no nos dejaba respirar normalmente.” Esa situación no fue óbice para que tanto Vicente Llorens como los emigrados republicanos de 1939 sean eternamente acreedores de la cultura dominicana. Por: Guillermo Piña-Contreras [Diario Libre]

COMENTARIO AL MARGEN: México siempre dice que la inmigración española de post guerra fue mayor allí que en cualquier otra parte de América, pero por lo que dice Vicente Llorens no fue así y aquí esta muestra: “En proporción con el número de habitantes, ningún otro país de América acogió a tantos emigrados republicanos españoles como Santo Domingo […]. Si el número de refugiados fue tan considerable, su permanencia, en cambio, fue muy fugaz. A principios de 1943 había sólo una tercera parte de los que llegaron a fines de 1939 o en los primeros meses del año siguiente.” Véase este ejemplo, el papá del actual director general del Archivo de la Nación, Roberto Cassá Bernaldo de Quirós, que a los seis meses se marchó a México y ni gracias dio. (DAG)