Palabra de talibán

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Alfonso Guerra, creador de imágenes y frases más o menos ocurrentes, ya le lanzó un dardito envenenado. Una cosita de nada dentro de su catálogo, una niñería que resquebrajó la débil epidermis del ahora caído en desgracia asesor áulico. “Un tal Iván”, ¿pillan el juego de palabras?, le dijo para defender a las viejas glorias del socialismo de pana ante la actual manada nihilista. Tiene kilómetros de sobra “Mi henmano” (sic), conoce el juego escénico y como buen hombre de teatro sabe cuándo hay que bajar el telón. Eso de saber irse, el mutis por el foro y no hacer el ridículo. Sucede como lo del cuento del Emperador, que siempre fue desnudo, y lo de “agitar el agua para que parezca profunda”, que uno queda bien aunque se digan chorradas como castillos. Tanta matraca con el hombre que iba a cambiar España para quedar retratado catódicamente como un mequetrefe.

Le aguantó poco, ni dos asaltos a Évole, que lo puso contra las cuerdas y lo enfangó en sus propias contradicciones. Más o menos como su amigo Pedro Sánchez, campeón en dar cornadas para escurrir el bulto sin necesidad de que le pongan la muleta por delante. Lo peor no vino cuando el programa fue a negro, al acabar el show gozoso, si no al constatar que un personaje de este calibre esté metido hasta las cejas en el control de nuestras vidas bajo el pretexto de crear un “relato” cada día. Este término, “relato”, inflado hasta la saciedad por los vendepeines que susurran al oído de los políticos, consagra la ficción de un modelo social donde nos timan cada dos por tres con ideas precocinadas y pseudonovedosas que esconden la incapacidad mental de estos correveidiles de traje y mochila.

A Iván Redondo, o a su personaje, falso Petronio en camiseta, lo alimentaba una fantasía vendida muy bien en la era de la superficialidad intelectual. En política, por muy bien que vendas la moto, si no hay hechos, todo queda en los “momentos mágicos” y en los “amigos del presidente”, que le pidieron no abandonar al querido líder entre ofertas inconfesables. Ay Alfonso, en lo que nos ha quedado el asalto a Suresnes. Leche migada para todos, al final la misma fórmula de siempre: mentiras y sectarismo, palabra de talibán. Por: José Lugo [La Razón]