¡Qué diferencia hacen ocho años!

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¡Qué diferencia hacen ocho años! Los que ayer estaban ciegos ante la creciente anarquía de la sociedad haitiana, hoy la ven con claridad. No hay nada malo en ello. En realidad, es algo muy humano. Lo único objetable son las descalificaciones que sufrimos aquellos que anticipamos esa realidad que hoy todos vemos.

Descalificar por pensar diferente es en el mejor de los casos una expresión de intolerancia, y en el peor, de arrogancia y cerrazón intelectual. Los que nos descalificaron presumieron ser dueños de la “verdad”. ¿La “verdad”? La realidad es demasiada compleja para ser reducida a una verdad.

Todo cambió para muchos cuando el cadáver del presidente Moïse apareció tendido sobre el piso de su habitación, ensangrentado, con un ojo arrancado y con signos de abuso físico en sus extremidades, que desearíamos pensar que se cometieron luego de muerto. Los sospechosos del magnicidio son tantos que no aparecen. No obstante, esa desgarradora imagen convenció a muchos del creciente deterioro de la sociedad haitiana.

Con razón se dice que una imagen vale más que mil palabras. Aquellos que anticipamos ese deterioro en el año 2013, o sea, hace ocho años, fuimos descalificados como nazi-onalistas. Ingenioso juego de palabras, por demás injusto. Hoy este nazionalista escribe estas líneas alarmado por la manera brutal que algunos países de nuestro entorno han tratado a los inmigrantes.

En uno de los países más educados de Latinoamérica, los poquísimos bienes de los emigrantes venezolanos y haitianos fueron quemados por turbas enardecidas. Constituye una crueldad muy grande quemarle lo poco que tienen a unos desafortunados.

Somos partidarios de ser firmes al momento de enfrentar los problemas de la sociedad haitiana. Estamos ante una sociedad anarquizada, empobrecida, sujeta a los estragos de bandas delincuenciales. Tenemos que luchar porque el volcán vecino no se nos mude a nuestro país.

Así mismo, favorecemos los más estrictos controles fronterizos para evitar la desbordada inmigración de indigentes, que empobrecen a los dominicanos más vulnerables. Todo lo anterior requiere de mucha firmeza. Pero firmeza no es crueldad.

Trujillo pretendió resolver el problema de la inmigración haitiana en base a derramar sangre. ¿Pero, qué resolvió? Nada, pues tenemos el problema. Y lo que es peor, de continuar la lógica de Trujillo nos hubiera convertido en un país de genocidas.

Lo único que logró la solución aplicada en el año 1932 fue manchar la historia de un pueblo ejemplar. Pues los dominicanos, que en ocasiones somos poco apreciados por personas de países más “civilizados”, nunca hemos invadido a ningún país y si hemos hecho daño ha sido a nosotros mismos, nunca a minorías y extraños. Lo mancha dejada por Trujillo es imperdonable… Las soluciones de odio no resuelven nada y solamente corroen a quienes la practican. Por: Felipe Auffant Najri. [El Caribe]