Recepción de El ocaso de la nación dominicana

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El comparatista alemán Hans Robert Jauss, en su Estética de la recepción, dice que la recepción de una obra se mide, entre otros factores, por la lectura de esta, por los artículos críticos favorables y/o adversos que la conciernen y, el más importante, por la influencia que haya tenido en su época o posteriormente.

En efecto, cuando la editora Alfa y Omega decidió dar a la estampa El ocaso de la nación dominicana de Manuel Núñez en 1990, un título que, además de contundente, tenía todos los elementos necesarios de la provocación. Y eso era: provocar que los intelectuales dominicanos reaccionaran ante lo que anunciaba la desproporcionada y creciente inmigración —legal e ilegal— haitiana que a la postre podría ser el ocaso de la nación dominicana.

Núñez hábilmente se defiende de ser profeta en su tierra y escribe en el “preliminar” de su interesante y bien documentado ensayo: “Aclaro que no se trata del modelo del profeta. El ocaso de la nación dominicana no es ni predicción de lo que aún no es, ni revelación de una videncia, sino un esfuerzo de raciocinio para saber cuáles son las posibilidades e imposibilidades con las que tenemos que lidiar hoy”.

Hubo mesa redonda sobre la obra, se vilipendió a su autor; se le tildó de racista e incluso se le bautizó como “el Peña Batlle negro”. Insultos no faltaron, pero ninguno de esos intelectuales de izquierda se dio a la tarea de contradecir por escrito, como correspondía, los conceptos que Núñez exponía en su obra que cayó en el ambiente de las ciencias sociales dominicano como un enorme sacudión al contemplar desde otra óptica la mirada del otro, de Haití en la ocurrencia. Se optó por denigrar al joven autor. Durante el Siglo de las Luces, se solía responder a este tipo de publicación con un panfleto. Voltaire fue un maestro en este género de escrito implacable y sin concesiones.

Todo parece indicar que nadie encontró la brecha que le permitiera contradecir los conceptos sustentados en El ocaso de la nación dominicana sobre todo porque la intelligentsia dominicana parecía incapaz de percibir el problema indetenible y creciente de la migración haitiana hacia República Dominicana. La reacción de los intelectuales de izquierda no se hizo esperar y la irritación fue mayor cuando la obra fue recompensada por el premio nacional de ensayo 1990 que otorgaba entonces la Secretaría de Educación y, en 2002, la segunda edición revisada y ampliada, fue galardonada por el Eduardo León Jimenes de la Feria nacional del Libro. La maledicencia tomó fuerza como un ciclón al tocar tierra y se concentró en el autor más que en la obra, aunque en 2002 se publicó un panfleto que sólo los verdaderamente interesados en el percutante El ocaso de la nación dominicana le conocen.

La penosa realidad político-social de Haití le ha dado vigencia a la obra de Manuel Núñez. La honestidad intelectual de prestigiosos historiadores dominicanos reconoce, sin mencionar El ocaso de la nación dominicana naturalmente, ante la evidente tragedia que vive Haití actualmente y a la incontrolada migración haitiana hacia República Dominicana; muchos coinciden en varios puntos con lo que Manuel Núñez contemplaba en su premiada obra.

En efecto, el 17 de septiembre de este año, fueron entrevistado en el programa radial “El gobierno de la mañana”, el prestigioso historiador y profesor Roberto Cassá así como el Dr. José Joaquín Puello Herrera a propósito del “tema haitiano”, como introdujo la entrevista el conductor del programa. Durante unos 28 minutos el director del Archivo General de la Nación (AGN), tanto como el Dr. Puello Herrera expresaron su opinión al respecto a sabiendas de que se trataba de una emisión “en directo”, como se dice en el vocabulario de radio y televisión: “Lo que puedo decir”, expresó Cassá, “es que la inmigración haitiana constituye un problema de primera magnitud para este país [República Dominicana] que tiene que ser objeto de resolución, porque el país no puede aceptar un número creciente de inmigrantes y se requiere como cuestión imperativa regularizar la inmigración que implica, en primer lugar, la salida de los inmigrantes ilegales, es decir la regularización legalizada de la migración de acuerdo con conveniencias nacionales […]” y minutos más tarde agrega: “Me alegro de que José Joaquín [Puello] con su experiencia corrobore esta percepción que, para muchas personas, espacialmente de la llamada izquierda de este país, puede significar una visión racista. No hay nada de eso y yo tengo varias experiencias que puedo narrar […]”. “De manera que es muy difícil el diálogo, es una gran desgracia y ante esto tenemos que defendernos como país […]”. Y afirma: “Sí, estoy de acuerdo que Haití constituye hoy día una amenaza a la supervivencia de la nación dominicana, es real. Lo veo en esos términos incluso dramáticos que pueden ser vistos en principio como exagerados, pero es que hay un proceso migratorio realmente ya alarmante que puede dar lugar a gravísimos problemas étnicos y de confrontación nacional”.

Manuel Núñez se defendió de que se le considerara profeta, pero predijo su futuro por El ocaso de la nación dominicana: “Auguro desde ahora que este libro será atacado, y, acaso, combatido sañudamente, pero por la gente que tiene que atacarlo. Un pensamiento que no provoque estas remociones en el espíritu es un pensamiento muerto”.

La penosa realidad político-social de Haití le ha dado vigencia a la obra de Manuel Núñez. La honestidad intelectual de prestigiosos historiadores dominicanos, sin mencionar El ocaso de la nación dominicana, naturalmente, frente a la evidente tragedia que vive Haití actualmente y a la incontrolada migración haitiana hacia República Dominicana, coinciden en muchos puntos con lo que Manuel Núñez contemplaba en su reconocida obra. Por: Guillermo Piña-Contreras [Diario Libre]