Este año, como en varias otras ocasiones, el Día de los Reyes cae en un día propicio para hacer un puente con el fin de semana, razón por la cual la festividad es movida para otro día, lo cual refleja la escasa importancia que otorgamos a las tradiciones de nuestro pueblo. Aceptada como un modo de evitar alteraciones en la jornada laboral, su exposición a la movilidad convierte la celebración en un feriado más, igual que cualquier otro, sin contenido religioso o familiar.
Otros países muestran más respeto por sus tradiciones que el nuestro, y es notable en la región la valoración que los mexicanos otorgan a las suyas, a pesar de la gran influencia ejercida por las costumbres importadas desde los Estados Unidos. Allá la fiesta de los Reyes forma parte de los hábitos transferidos de una generación a otra, que mantienen su presencia frente a las incursiones de Santa Claus. Son los pueblos medianos y pequeños, más que las grandes urbes, sus más fieles defensores, con la entusiasta participación de los gobiernos municipales y las autoridades eclesiásticas.
Hay variaciones, por supuesto, entre ellas los angelitos en empresas, escuelas y clubes. Y en algunos lugares de Italia, es una viejecita llamada Befana que reparte los regalos, habiendo perdido la oportunidad de acompañar a los Reyes el día 6.
Se presume que dar regalos a los niños emula a los tres reyes magos del Oriente, quienes llevaron oro, incienso y mirra hasta el pesebre en Belén. En realidad, su sentido fundamental es emular al propio Jesús, quien ofreció su vida por toda la humanidad, lo que es simbolizado por los obsequios no sólo a niños, sino a amigos, parientes y personas necesitadas de ayuda. Cuánto de ese sentido espiritual persiste en el fragor por aprovechar los especiales de los comercios, es sin duda discutible, pudiendo ser que los regalos no se vean tanto como un gesto derivado del ejemplo de Jesús, sino como una práctica hecha posible por el doble sueldo y las tarjetas de crédito. Por: Gustavo Volmar [Diario Libre]
