lunes, junio 17, 2024
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Ultima Necat o Todas [las horas] hieren, la última mata.

Completa Omnia vulnerant la divisa que acompaña al reloj de sol de la iglesia San Vicente de Urruña, en el país vasco francés y gran número de cuadrantes solares en Europa y que viene a significar en nuestra lengua, derivada del latín, algo así como Todas [las horas] hieren, la última mata.

Las 2h39 de la madrugada del pasado 20 de agosto fue, según el testimonio del “seguridad” de un negocio de comida rápida en la esquina que forman las avenidas Núñez de Cáceres y Rómulo Betancourt, la última para el conductor de programas de radio y entusiasta animador de los Leones del Escogido, Manuel Duncan. Una tragedia en partida doble: para Duncan, porque perdió la vida; para el ex director de la DNCD, contralmirante Félix Alburquerque Comprés, porque perdió el sosiego que debía proporcionarle su honroso retiro militar esa funesta madrugada del 20 de agosto cuyas versiones del acontecimiento varían según pasan las horas y los días.

Todo parece indicar que el incidente lo provocó una sonrisa mal interpretada de parte de Manuel Duncan al haber derramado kétchup en su camisa. La torpeza de Duncan coincidió con la risita que acompañaba a Alburquerque Comprés al desmontarse de su vehículo; un mohín que, el hoy occiso, interpretó como una burla y gritando improperios se le fue encima, lo abofeteó, le derribó y le pateó. Un amigo del agresivo animador del Escogido logró separarlo del embestido que, raudo, fue a su vehículo y buscó una pistola y armado persiguió al ofensor y su amigo que intentaron protegerse en las inmediaciones del lugar y, según la versión del “seguridad”, el atropellado falló varios disparos al amigo de Duncan y cuando éste salió de donde se había escondido, un disparó certero lo derribó y, ya en tierra, Alburquerque hizo otro disparo al yacente. A partir de ese segundo disparo y de la prudente versión del “seguridad” y la del vendedor de sándwiches del conocido expendio de comida rápida, entraron en el dominio de los tantos “penalistas de patio” que abundan en Santo Domingo, sin contar que estas primeras versiones fermentan como un mabí seibano según la tragedia se mantenga de actualidad.

Me viene a la memoria pues el prólogo de Trujillo, la trágica aventura del poder personal de Robert D. Crassweller que, 1966, cinco años después del tiranicidio, ya resultaba difícil, según el autor, separar la realidad de la leyenda que había generado la muerte del dictador comenzando con las versiones del único sobreviviente del comando que dio al traste con la vida de Trujillo, Antonio Imbert Barreras, según expertos en ese hecho histórico, aseguran que su versión más fidedigna es la que dictó a los que tuvieron el invaluable valor de esconderlo durante los seis meses que la dictadura sobrevivió a la muerte del tirano. Las demás versiones que Imbert Barreras dio de los acontecimientos de la noche del 30 de mayo a lo largo de los más de 50 años que vivió después de aquella epopeya son dignas de un filme de acción.

La muerte de Trujillo es una leyenda. Por esa razón una obra de ficción como La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa plagada de efectos de realidad ha logrado reemplazar el verdadero relato de los acontecimientos del martes 30 de mayo de 1961 y hacerle ver a los dominicanos que no tienen el privilegio de la muerte de Trujillo que, como bien escribe Crassweller, pertenece a la leyenda.

Decía que la tragedia de la madrugada del 20 de agosto concernía tanto a la víctima como al victimario; a Duncan, repito, porque perdió la vida; al contralmirante Alburquerque Comprés porque nunca podrá olvidar esa aciaga madrugada. Podrá acostumbrarse a vivir con ella, pero no olvidarla, le perseguirá hasta en lo más recóndito del inconsciente humano, el sueño. Recordemos que Macondo lo fundó José Arcadio Buendía tratando de escapar al pesado fardo de haber dado muerte a Prudencio Aguilar. Un hecho que además de crear una aldea imaginaria permitió a Gabriel García Márquez escribir Cien años de soledad una de las más extraordinarias novelas del siglo XX latinoamericanos y de lengua española.

Un acontecimiento no permanece mucho tiempo de actualidad sobre todo cuando no se busca al victimario. En vez de dar paso a la especulación propia de los crímenes sin autor conocido, se le da paso a los “penalistas de patio”; que sostienen, entre otros argumentos: “sí no hubiera disparado una segunda vez, no hubiera agravado su caso”; “si el primer balazo le había matado, disparar una segunda vez no es agravante. Disparar a un muerto, en derecho penal es un delito imposible: no se puede matar un muerto”. Y otras hipótesis de esta estirpe sin contar que los amigos y familiares de la víctima, como sucede regularmente, comenzarán a elogiar las virtudes y el talento que perdió el país con su inesperado y trágico fallecimiento, por un lado; por el otro, conoceremos los defectos del laureado militar que fue Alburquerque Comprés. El acontecimiento perderá actualidad hasta la celebración del juicio y, tal vez, hasta que todas las instancias y recursos posibles sean agotados. La única verdad en esta lamentable tragedia se lee en la leyenda del cuadrante solar de Urruña. De las horas del día hay una que, no sabemos cuál, será la última. Entonces allegados, amigos y familiares se encargan de conferirle al difunto atributos con visos de leyenda al límite de la canonización, en particular si esa ultima necat es violenta. Expresión de la impotencia ante la muerte. Por: Guillermo Piña-Contreras [Diario Libre]

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