Un lugar en el Parnaso de los gobernantes estadistas

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Si lograse consolidar los niveles de relativa independencia del Ministerio Público en lo que tiene que ver con la corrupción administrativa. Si aporta su liderazgo para que la nueva Cámara de Cuentas cumpla con las funciones que le dan razón a su existencia. Si consigue fortalecer la Contraloría General en su función primera de controlar y prevenir la corrupción que promueven unas mafias que comienzan a instalarse en los gobiernos al tercer día de la toma de posesión. Y si “en un momento de suprema lucidez” lograra impedir que durante la campaña electoral sus funcionarios marrulleros hagan lo que han hecho siempre los marrulleros funcionarios de todos los gobiernos, o sea, utilizar vulgarmente los recursos del Estado en su beneficio. Si ocurriese.

Si estuviese dispuesto a pagar el precio electoral que en la fauna política nacional significa hacer las cosas como mandan las leyes, Luis Abinader se estaría guardando desde ya un lugar en el Parnaso de los gobernantes estadistas, que es un club de escasa membresía en la historia nacional.

Como el maestro Sabina, ahora, lo del hijo del Dr. Abinader consiste en pasar de las palabras a los hechos “y que el funcionario que se mueva no salga en la foto”. Todos los funcionarios, el Gabinete en pleno, deben entender que estamos en un tiempo donde la transparencia no solo es un deber sino un requisito indispensable para obtener el mínimo respeto y mantener el mínimo prestigio ante los ciudadanos. Atrás quedó la época donde lo que no se publicaba en el Listín, no se escuchaba en Noti-Tiempo ni se veía en Mundo Visión no había ocurrido. El juego de laissez-faire, aquello de que el tiempo silencia cualquier denuncia… ha terminado.

Cuando en la campaña del 1986, el doctor Balaguer dijo al país que no iba al Palacio “a ensartar agujas” se estaba adelantando 30 años a lo que luego sería la comunicación estratégica y el manejo y gestión de crisis. La verdad desarma al adversario. Sea proactivo, ombe.

Quede aquí el consejo no pedido y por lo mismo -lamentablemente- no pagado-, pero es que también en comunicación política… el futuro fue ayer.

Es el tiempo de los intangibles. Es la reputación, estúpidos, es la reputación. Al fin, una empresa, un gobierno vale lo que vale su reputación. Ni más ni menos. Por: Pablo Mackinney [Listín Diario]