¿Verdad que nadie ha visto un chino solo pegando blocks? ¡Esos teteos de amoralidad y desvergüenza!

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De la misma forma que nadie ha visto en este país a algún nacional asiático colocando blocks en alguna construcción, sí se puede afirmar, que la industria de la construcción se fundamenta en la mano de obra haitiana y con su añadido de chamos venezolanos, como también es tan evidente, que la quiebra de valores morales que nos azota, es de autoría absoluta entre los dominicanos que son analfabetos funcionales y como tales, la peor escoria que abjura del comportamiento civilizado entre las personas que se dicen ciudadanos de este país.

Por semejante comportamiento social tan irracional y de una vulgaridad que espanta entre el comportamiento general de la sociedad, se tiene lo evidente, de una nación que casi está a las puertas de la disolución social y prohijada esta por la más grosera inversión de valores morales dentro de componentes de la alta burguesía, toda esa que entre sus lanchas de recreo, yates, jets privados y fiestas intimas de corrosión anómala, apartadas de lo que debería de ser un comportamiento social bien entendido y dentro de parámetros normales de decencia y civilización, envilecen absolutamente a todos los que se relacionan con esos grupos “privilegiados”.

Para empezar, ya en este país, lo decente, lo correcto, el comportamiento honesto y la formación moral del individuo, parecería que es una pieza de conducta que dentro de poco solo podría mostrarse en los museos y lo peor, de hecho, instigada por esa ausencia de implementación de una justicia correcta dentro de los valores propios de una sociedad y población en los que la educación de hogar o doméstica fuera hasta hace unos pocos años anteriores, el orgullo de conjuntos familiares en los que la decencia, la honradez, las buenas costumbres y la capacidad de guardar convivencia con los demás, era la especie de sello indeleble que caracterizaba a las generaciones de dominicanos.

Ahora y no porque cada generación traiga su propio afán y valores, que en sí es una demostración de una vitalidad y dinámica muy propia de una generación nueva que quiere vivir hasta el hartazgo la comodidad y calidad de vida que sus ancestros le han proporcionado, se observa y por la complicidad de los mayores y en particular de los adocenados medios de comunicación y de información de masas, invadidos de a pleno por la mediocridad y falta de preparación intelectual de los que se dicen sus directores jefes de redacción, analistas, reporteros y dueños, da la impresión, como si de pronto la República sea victima del mayor asalto contra su fortaleza moral y que se haya conocido.

He ahí y para demostrarlo, la profusión de ilícitos e irregularidades de todo tipo entre sus clases sociales y en particular, las integradas con la amoral clase gobernante, toda esa, que dicta  que lo que está bien y mejor considerado como inconducta a desear, debe ser la del enriquecimiento desproporcionado o ilícito  y tanto por la corrupción política, la empresarial, la misma clerical, el lavado de activos y las formas más variopintas de muestras de contrabando de mercancías y de todo, de comercio desenfrenado en base al mercado atrapado, de políticos que llegan a las funciones públicas y al poder, con una mano adelante y otra detrás y cuando salen o son echados, las riquezas que tienen, no solo que asombran, sino que en sí, son la muestra más desvergonzada de una nación azotada severamente por todos los tipos de funcionarios y empleados públicos amorales y a la sombra del gobierno de la nación y de sus instituciones.

A ese momento y cuando se tiene conciencia del tremendo desgaste moral que no deja que la nación vuelva a ser aquella anterior, de decencia, honradez, costumbres y civilidad, es que se dan las circunstancias, de tantos, quienes en su desamparo y frustración darían lo que no tienen porque este país fuera azotado por un gran fenómeno telúrico desgarrante o tsunami devastador que obligue a la fuerza, a que la gente se arrodille y pida perdón a Dios.

Y lo que debe decirse, porque definitivamente, los dominicanos y cada día, damos muestras de haber perdido el rumbo moral. Ahora ya no hay capacidad de asombro, nada decente es lo que importa y los nuevos valores de conducción están matizados por la inconducta de esa juventud irreverente, que, hastiada de la corrupción de sus mayores, termina rebelándose contra todo y todos y al parecer, sin importarles que la conducta social  inmoral muestre lo concreto de lo que es un país moralmente fallido.

En consecuencia, hay que entender, que la terrible rebeldía que se anida y explota entre las nuevas generaciones y en todos los niveles sociales, no da espacio para suponer lo mejor y mucho menos, cuando quienes deberían de ser ejemplos de probidad y honradez y conducta civilizada, todos esos hijos de papi y mami que en sus desvergüenzas no les importa exhibirse en las playas de ricos en Casa de Campo, Punta Cana, Las Terrenas, Miches, Sosua y Puerto Plata o Cap Cana y con sus lanchas y yates de desvergüenza, drogas, mercado sexual y asesinatos de entretenimiento y guardaespaldas militares y policiales encubridores y semejante escenario tan inmoral, contando con la complicidad casi absoluta de los medios de comunicación y los referentes religiosos y sociales más impensables, no les importa arrastrarse al cieno amoral en el que se refocilan.

Es decir, estamos perdiendo nuestra nación, sus valores, su cultura, su idiosincrasia y lo más terrible, acicateados por esa migración dominicana a EEUU y las otras, entre española y sudaca, turca y árabe, europea y asiática y sorprendentemente, sin muestras fehacientes de malos manejos dentro de la migración haitiana y la que a grandez rasgos y aunque duela hay que decirlo, los dominicanos deberíamos aprender de lo mucho del arraigo y pertenencia a su país de nuestros vecinos inmediatos.

Nos encontramos pues, dentro de lo que debemos llamar una ola de amoralidad absoluta, que esta nación y fundamentalmente por la corrupción política, social, moral y mediática que corroe sus cimientos, de golpe, parecería que, al estar moralmente a la deriva, solo el turismo sexual y la delincuencia de muchos de los inmigrantes criollos aposentados en EEUU como estadounidenses de origen dominicano, fueran los parámetros para seguir y de ahí a terminar de hundirnos, abría un paso.

Por eso, y al preguntar sí de a verdad nadie ha visto a un chino solo pegando blocks, y sin que esto signifique que quien se dedique a la construcción no sea una persona de trabajo y de bien y sí trabajando y comportándose civilizadamente, aunque no del todo integrado en esta sociedad, desde lo más profundo de nuestro espíritu, planteamos, si en verdad podemos tener esperanzas, de que esta nación y su pueblo, puedan resurgir moral y civilizadamente. ¡Ah esos teteos de amoralidad y desverguenza! Perdón a los que hubiésemos ofendido. (DAG)