Aun cuando se quiere hacer creer lo contrario, la peligrosa espiral de violencia policial luce indetenible y se ha convertido en un profundo factor de desestabilización social

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Siempre se ha dicho que todo gobernante debe saber manejar sus enojos como sus contrariedades y como la mejor vía para evitar que la población llegue a entender que es el gobernante quien insta a que la policía actúe con el cierto desenfreno que está acostumbrada y al momento que sus fuerzas se muestran incapaces e incompetentes para enfrentar cualquier modo de delincuencia, sea social y criminal y actuando legalmente.

Por eso, fueron tan preocupantes las palabras emitidas por el presidente Luis Abinader en el pasado noviembre y este mes, advirtiendo y reiterando que la policía enfrentaría con dureza a la delincuencia y sin advertir el mandatario, que, por nada del mundo, esa dureza pudiese entenderse como un cheque en blanco que pudiera afectar la integridad y movimientos de la mayoría de los ciudadanos y mucho menos vulnerar el estado de derecho.

Nuestra policía y como ya es conocida su formación totalitaria militar de exterminio, entendió como le vino en ganas las palabras del presidente e igual, al momento que el ministro de Interior siguió y aumentó el discurso “preventivo”, que para el grueso de los ciudadanos no fue más que el inicio de esa “lucha sin cuartel contra la delincuencia”, a la que nuestra policía nos tiene acostumbrados con sus malas prácticas nazistas.

El resultado de semejante tipo de discurso ha sido el de siempre cuando la dirección policial ha entendido que el Poder Ejecutivo le ha dado soga para que actúe a la libre. Ya pasan de 24 los asesinados por la brutalidad policial y lo que por lógica se le carga al gobierno como sus muertos directos y desde entonces cada día no escapa  de que haya algún tipo de encuentro de sangre en el que no estén involucrados policías y cuyo resultado no sea más muertos “de civiles” y como ocurrió recién en Bani, donde y en un colmado se dio un tiroteo arrojando dos muertos y teniendo de actor principal a un agente policial, al que testigos afirman que actuó en su legitima defensa frente a la agresividad de una parte de los parroquianos que estaban en el lugar.

Sin embargo, la realidad nos dicta otra, la de esa violencia policial desatada y descaradamente atrevida, por la que a la fecha no hay habitante de este país que no llegue a pensar en que momento la violencia policial pudiera tocarle.

Con todo y no obstante que las muertes se aglomeran con un puro origen policial, todavía desde la presidencia de la República no se le ha advertido públicamente a la policía, que su función de enfrentar el delito, no quiere decir, que allí se entienda que todos quienes vivimos en este país se nos catalogue de potenciales delincuentes en un territorio enemigo que ha sido ocupado militarmente.

Y que es un hecho que preocupa y porque la policía no actúa como fuerza preventiva y sí como una unidad de acoso y derribo militar a la que poco le importa afectar vidas y propiedades.

La situación de afectación de la gobernabilidad y provocada por las mismas autoridades, no creemos que tenga que ser la que el gobierno entienda más manejable y sí que por toda la orgía de sangre que mancha calles y ciudades, el gobierno debería disponer que se hiciera un alto, pues si la “nueva política criminal” aumenta al grado de que la percepción ciudadana sea esa, de entender que sus vidas corren peligro, que entonces cabría la probabilidad, de que la ciudadanía temerosa, empezara a considerar devolverle golpe por golpe a la uniformada y si esta situación llegara a suceder, pocos consideran que la vida de relación pudiera volver a la normalidad.

De ahí, que dadas estas circunstancias y por obligación, haya que advertirle al gobierno que está tomando un derrotero extremo y grandemente conflictivo, el suficiente como para alterarle el ánimo a ciudadanos que nunca han tenido ni un sí ni un no con la policía.

Por supuesto, nadie quiere que haya una delincuencia social incontrolable o que la delincuencia criminal aumente a mayor o lo otro tan vergonzoso, de cuarteles policiales barriales sirviéndoles de punto de apoyo a la delincuencia juvenil especializada en puntos de drogas y venta de estas al menudeo.

Concomitantemente, solo hay que ver como la gente ha empezado a mostrarse y tan pronto ven tropas policiales con caras de pocos amigos y armas en mano, dizque patrullando “para mantener la paz pública” y cuando en los hechos, los policías se están comportando de forma abusiva y altanera, prepotente y con ganas de agredir y apresar indiscriminadamente a quien sea.

¿Acaso se estaría pretendiendo imponer un toque de queda amplio o continuo o una política de estado de sitio, que termine por generar la percepción colectiva de que la incapacidad e incompetencia policial para enfrentar el delito, estaría llevando a las autoridades de Interior y Policía a imponer lo más parecido a un ambiente policiaco extremo? La mayoría de los ciudadanos no quisiéramos pensar que eso es lo que se pretende, pues de suceder, sería una alternativa ominosa que terminaría generando un ambiente de inseguridad colectiva, que ciertamente a las mismas autoridades es a quienes menos les convendría que sucediera.

El mismo caso de sangre acaecido en Baní, concretamente en Boca Canasta, nos da razón a nuestros planteamientos. Muchos ciudadanos se sienten acosados y temerosos de los agentes policiales y la crispación se entiende desde el momento que la gente se topa de improviso con algún policía y como ocurrió en el colmado de referencia, que entendiendo que serían agredidas, esas personas prefirieron dar el primer paso y de ahí el tumultuoso desenlace de dos personas asesinadas, un policía desenfrenado por lo que entendía una agresión gratuita y un resultado de muertos y heridos y daños a la propiedad más que lamentables.

Si el presidente Abinader analiza y comprende en toda su proporción el hecho del colmado banilejo, seguro que terminaría por dar la razón a quienes entendemos, que, de improviso, la gente está viendo en cada policía un agresor gratuito o enemigo y por lo que hay un ánimo belicista entre personas que nunca lo habían experimentado y motivado en aquello, de que “para que la cruz vaya a mi casa que vaya a la del otro” y lo que no es nada bueno para la paz pública y el estado de derecho.

Ojalá que se entienda la preocupación, pues por lo que se está comprobando, es evidente que aun cuando se quiere hacer creer lo contrario, la peligrosa espiral de violencia policial luce indetenible y se ha convertido en un profundo factor de desestabilización social. (DAG)