Por años, los dueños de la palabra esclavizada, es decir, los propietarios de los medios escritos y uno que otro radial o televisivo, tenían el control y monopolio de lo que se decía en los medios de comunicación y de información de masas, principalmente en los periódicos escritos y en los programas de radio y televisión.
Y como supuestos barones mediáticos ofrecían su mejor mercancía a los políticos y empresarios al moldear y manipular a la atrapada opinión pública, que no existía como tal y sí como simple recurso demagógico que escondía todo un sistema político corrupto, mediante el cual, a la gente se le decía lo que tenía que hacer, qué hablar o que creer.
Aquella dictadura mediática llegó tan lejos como el 2010 con la entrada del internet y los medios en las redes digitales en donde ocurrió lo más parecido a la explosión de una bomba atómica, pues como se comprobó para el 2015, ya los medios tradicionales no ejercían el peso de influencia que tenían mediante la imposición de la autocensura periodística, la que primero abarcaba el control sobre lo que decían o escribían los periodistas a su servicio y luego, estos la proyectaban hacia el común de la ciudadanía, mientras a nivel de clase media, los periódicos escritos eran el terreno fértil para las escaramuzas de chismes y dicterios, propios de una clase media que no tenía nada que hacer y cuya mayoría de miembros y al ser oportunistas, se comportaban como gente enormemente corrupta y licenciosa en extremo.
Era el tiempo y toquemos los años setenta a los noventa, en el que todos los que escribíamos sobre política y problemas sociales, antes de publicar nuestras columnas o escritos, los directores de los medios las censuraban y de acuerdo con las instrucciones que esos empleados periodísticos tenían de sus jefes.
Para ese entonces, periodista que se pasara de listo y se creyera que todo le era permitido, gobierno, oposición, políticos y empresarios, salían raudos a los despachos de los directores a exigir que tal o cual articulista o redactor debía de ser cancelado a lo inmediato. Algunas veces nuestra independencia de criterio y sobre este particular nos jugó una que otra mala pasada. Pero sobrevivimos y continuamos desde el 1972 y gracias a Dios todavía vigentes hoy.
Toda esa época de terror terminó cuando fueron creados los medios de lo que hoy es el periodismo ciudadano en las redes sociales y básicamente en los canales televisivos en la plataforma you tube y que originó la extraordinaria ola de libertad de conciencia, información, palabra, disentimiento y de expresión, que favoreció que cientos de ciudadanos abrieran sus propios medios en sus propias plataformas digitales y que es el factor que dio origen al periodismo de divulgación libre y sin el control de los medios tradicionales y sus dueños y periodistas asociados.
Con la creación del periodismo ciudadano, ocurrió lo que siempre sucede cuando se tiene un juguete nuevo: Se prueba todo y por eso y desde entonces hubo gente que entendió que podía decir lo que se le ocurriera y que nadie castigaría y dando paso a cierto tipo de anarquía dialéctica en la que las palabras altisonantes y las imputaciones de cualquier tipo se emitían y sin importar que se afectara la reputación y moral de terceros.
Pero ese tipo de comportamiento nada apropiado y tan poco profesional y nada decente, que no tiene en cuenta los cánones morales, desató una fuerte como hipócrita oposición en quienes no creen que los ciudadanos pudieran tener derecho a expresarse sin que nadie los controle y de ahí que aparecieron muchos dueños de los medios tradicionales y sus directores y hasta periodistas, rasgándose sus vestiduras y hasta exigiendo que el periodismo ciudadano fuera cerrado.
En honor a la verdad frente a esas presiones los gobiernos se han resistido y mucho más desde que nació el corazón del periodismo ciudadano en las personas de los influenciadores o influencers, quienes asumieron el control y dirección de ese periodismo y le enseñaron a la gente a tener el dominio de su palabra y sin favor ni temor.
Fue tarde para el periodismo tradicional, los influenciadores como dueños de plataformas digitales y los comunicadores de expresión cruda y libre y en la mayoría de los casos y teniendo millones de seguidores, lo que nunca ni siquiera los directores y periodistas en los periódicos escritos han tenido y junto a comunicadores de todo tipo, le arrebataron al periodismo tradicional el ejercicio de las libertades de prensa, palabra, conciencia, disidencia y expresión y convertidos en las plataformas comunicacionales más dinámicas y el nuevo poder político y social de contrapeso al político y empresarial prácticamente, han sepultado todo lo que hubo de monopolio de la prensa escrita.
Y vino la contraparte en un desesperado arranque de acusaciones mentirosas y difamatorias en muchos casos y con miras de obligar al poder político a que tomara acción contra “los desbocados” que osaban desafiar al periodismo tradicional. Comenzó a hablarse de supuesto “desorden difamatorio”, cuando se trataba del desahogo inicial de quienes no tenían voz y por años y de pronto descubren que la tienen y lo que nos obligó a responder ayer a uno que desde la estación la zeta pedía la cabeza de los “difamadores”.
Recordándole, que no había tal desorden difamatorio y sí la aspiración de hacerse sentir y oír en base al lenguaje llano de la población y frente a una prensa tradicional conculcadora de la libre expresión ciudadana. Además, para quien se ofenda, los tribunales están para dilucidar cualquier contencioso
Ya antes el gobierno se despachó con un proyecto de ley muy parecido a una ley mordaza, de la que se descubrió que su autoría era de los dueños de la concentración de medios en pocas manos y sus agentes en la asociación de diarios, el colegio de periodistas y la oenegé Finjus.
El debate se caldeó, las redes sociales tronaban y sintiéndose amenazadas plantaban cara a sus enemigos. Entonces vino la primera señal, el pasado lunes y en su rueda de prensa, el presidente Abinader se lavó las manos y dijo que él no había escrito allí “ni una coma” y a seguidas lo otro, del abogado y periodista que el gobierno colocó como director ejecutivo de la comisión a cargo sobre la ley mordaza y designado por el decreto 333-22, quien declaró en un programa televisivo, que “tras escuchar las objeciones que ha generado el proyecto de Ley de Libertad de Expresión y Medios de Comunicación propondrá retirar del mismo el capítulo referente a las plataformas digitales para «superar las críticas y aprensiones que se han propagado en las redes sociales”.
Si sorpresivo fue conocer tal intención, mucho más fue conocer ayer, que el matutino centenario capitaleño estaba siendo presionado por un proveedor de servicios en internet de origen estadounidense, tercero en el mundo. Que le exigía borrar determinadas informaciones que habían sido publicadas años atrás y que de no hacerlo, “le suspendería de inmediato sus transmisiones en línea” y lo que sin duda era un grosero ataque a las redes sociales del citado periódico y por lo que este lo llamó “apagón digital” y que no es del todo cierto, porque cuando se viene a ver, se trata de una relación contractual entre un medio y su proveedor. Lo que significa, que anticipadamente el medio aceptó la condición y descartándose de ese modo que hubiese algún tipo de atentado a una supuesta «libertad de prensa»
Cómo había que suponer, el rotativo se defendió como gato boca arriba, anunció que cambiaba de proveedor y recordaba el artículo 49 de la Constitución dominicana y el artículo 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos que le garantizaban su ejercicio profesional.
Además, debería recordarse la expresión de la escritora Margarita Yourcenar, quien, hablando sobre el ejercicio de la palabra, recordaba, que “la moral es una convención privada; la decencia una cuestión pública”.
¿Qué es lo sorpresivo de este atípico ataque entre medio cliente y proveedor de contenidos en internet y que podría verse como un ataque «contra el libre ejercicio periodístico y de la comunicación»?, que precisamente ese periódico y junto a los otros en la asociación de diarios, es el que ha motorizado la ley mordaza y ha mantenido una dura campaña contra el periodismo ciudadano en las redes sociales. Por lo que ahora está experimentando y en carne propia, lo mismo que quisiera que las redes sociales les sucediera y lo que nos hace decir, que de pronto, el matutino centenario capitaleño, descubre, que imponer la censura en las redes sociales no es deseable.
Obligándonos a decir y alborozados, que hay veces que el Diablo hace maravillas…y con el permiso de Dios. Con Dios. (DAG) 16.05.2025
Ultima revisión: 02:22 pm.