Al escuchar al líder de Podemos en la sombra, Pablo Iglesias, descalificar a la OTAN y criticar a la ministra de Defensa, Margarita Robles, no puedo por menos que sentir, espero que mis lectores no lo interpreten mal, una cierta solidaridad con Pedro Sánchez por lo que tiene que aguantar con estos socios tan ingratos y fanáticos. No creo que nadie sea tan ingenuo para creer que Belarra y Montero son las que mandan en la caótica amalgama ideológica que representa Unidas Podemos, aunque es mejor ser más precisos y hablar de Desunidas. Es curioso que la vicepresidenta Díaz, elegida sucesora y candidata por medio del democrático dedazo de Iglesias, se mantenga de perfil. No sé si está a favor o en contra de la posición del Gobierno, porque los exabruptos de los podemitas no dejan de ser meros gestos de cara a la galería. España cumple sus compromisos internacionales y está al lado de la OTAN en esta crisis tan complicada como grave. Iglesias no se ha enterado de las razones por las que nació esta alianza y el papel decisivo que jugó en defensa de la democracia en Europa frente al imperialismo soviético.
El ex vicepresidente sigue instalado en la confusa dialéctica de la Guerra Fría apoyando, como buen comunista, a la Rusia de Putin frente a Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN, que defienden la soberanía de Ucrania. Es evidente que no le importa que se sacrifique a este país con tal de satisfacer al todopoderoso zar ruso. ¿Tiene derecho Ucrania a una política exterior independiente? ¿Hemos de aceptar que Rusia le quite una parte importante de su territorio para imponer una república títere que le garantice el corredor hasta Crimea? Es una cuestión en la que un demócrata no tendría que dudar. Es un país que sufrió el yugo soviético y antes el ruso. Algo más del 70 por ciento de la población está formado por ucranianos mientras que un 20 por ciento es de origen ruso. Cuenta con un suelo muy fértil y ha sido una tierra de tránsito, invasión y conquista hasta el siglo XVII. Allí surgió el principado de Kiev, el primero y más poderoso de los estados rusos, gracias a la actividad comercial y política de los Varegos , y se mantuvo independiente hasta el XIII. Ucrania se tuvo que someter en 1654 al zar de Rusia, aunque posteriormente se produjeron rebeliones para defender su autonomía. Ese profundo sentimiento nacionalista se mantuvo hasta el final del zarismo, cuando se creó en 1917 una efímera república que los bolcheviques intentaron someter en 1918. Tras la guerra polaco soviética (1920-1921), Volinia y Galitzia quedaron en manos polacas y se recuperó la división del territorio entre ambos países. En 1922 se convirtió en una república federada de la URSS, pero el nacionalismo fue reprimido con gran dureza y crueldad. Ucrania y Rusia eran las grandes repúblicas eslavas de la URSS.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada entre 1941 y 1942 por los alemanes que la explotaron para conseguir alimentos y minerales. Las batallas que se libraron en la zona provocaron una enorme destrucción material y grandes pérdidas humanas. La victoria de la URSS permitió incorporar los antiguos territorios de Galitzia, Volinia, Rutenia subcarpática, Besarabia y Bucovina. Finalmente, la península de Crimea pasó a formar parte en 1954 de la República Soviética de Ucrania. Dentro de la política soviética se optó por desplazar a miles de ucranianos para que colonizaran nuevas zonas mientras que el centralismo reprimió con gran dureza los conatos de nacionalismo. La descomposición de la URSS, que por lo visto añoran Iglesias y sus camaradas podemitas, permitió que consiguieran la libertad y en 1991 se proclamó la independencia. El miedo a Rusia hizo que fracasaran los intentos de formar una unión política que incorporara también a Bielorrusia. Desde su independencia, han tenido que luchar por su libertad frente al expansionismo ruso que quiere que sea una marioneta al servicio de sus intereses.
A Putin no le resultará fácil dominar un país que lleva siglos combatiendo el centralismo moscovita y que cuenta con una rica historia a sus espaldas y, sobre todo, una voluntad de ser inquebrantable. Los rusos se han comportado siempre con una gran torpeza que explica el rechazo que provoca en los ucranianos y su deseo de incorporarse a la UE y al sistema de defensa de la OTAN como garantías de su independencia. La realidad es que Moscú mantiene su presión política y militar y no está dispuesto a aceptar que sea realmente soberana.
Es un error pensar que un conflicto de estas características no tendrá unas enormes consecuencias para la UE. El aceptar que Putin consiga sus objetivos y se quede con la zona que ocupa la población rusa es una catástrofe en todos los sentidos. Lo es para Ucrania, que perderá parte de su territorio, pero también para el papel europeo y estadounidense en el mundo porque pondrá de manifiesto su debilidad. No hay que olvidar lo sucedido en Afganistán y la reacción de Rusia y China aumentando sus áreas de influencia. Un conflicto armado producirá un grave impacto en la recuperación económica. Es muy ingenuo pensar que Putin está preocupado por las sanciones económicas o teme las bravuconadas de Biden, porque ha podido constatar la cobardía, hay que decirlo con claridad, de la actual administración estadounidense y la caótica Unión Europea. Lo único que nos preocupa es mantener el crecimiento económico, el suministro de gas, controlar la inflación y garantizar el bienestar de los europeos. Los ucranianos están muy lejos y son, desgraciadamente, prescindibles. Me gustaría equivocarme. Por: Francisco Marhuenda [La Razón]