… es que estamos agotados.
Esa es la conclusión a la que se llega si se leen los informes de la OMS, de organizaciones que miran la salud mental de las familias o el rendimiento de los estudiantes, la situación emocional de los niños y adolescentes, de comunidades vulnerables, empresarios con problemas o trabajadores sin empleo y de los ancianos.
O sea… de cualquiera. De todos.
Estamos cansados de los boletines del Covid, del conteo de los casos y de esperar noticias de conocidos que han caído enfermos. De fingir que las clases virtuales funcionan y cansados de las conferencias por zoom. De los retrasos en los suministros, de los requisitos para viajar, de vivir a medio respirar por las mascarillas.
Del día de la marmota.
Cansados de los reproches de los que tienen miedo de salir a la calle y de los sermones de los antivacunas. De los que hablan de “nueva normalidad”.
Algunas cosas mejoran, es verdad. Ya no se oye que “saldremos de la pandemia mejores”, ese mantra tan infantil que sorprendía escucharlo en adultos. Muchos han tomado perspectiva de las cosas y han dado un giro a su vida. Son más de los que creemos. Hay divorcios covidianos bien resueltos y enamoramientos apasionados que deseablemente durarán tanto como la pandemia.
Estamos cansados de estar cansados y de llevar una doble vida: una en estado de excepción por la pandemia y otra rutinaria porque las facturas llegan a su mismo ritmo. La pandemia se ha llevado muchas cosas… pero no las obligaciones.
Eso es lo que nos tiene cansados esta Navidad. Por: Inés Aizpún [Diario Libre]
