lunes, junio 17, 2024
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Los vecinos también cuentan

Hace unos días vi la película Sundown (2021). Es una producción escasamente pretenciosa de factura mexicana, inglesa y sueca, dirigida por Michael Franco. Me sedujo el tema y la cadencia de la trama. Se trata de dos hermanos ingleses: un hombre y una mujer, esta última con sus dos hijos. Pasan unas vacaciones en Acapulco, México. Su plácida permanencia se ve interrumpida por una llamada desde Inglaterra con la noticia de la muerte de su madre, miembro de una familia acaudalada. Inmediatamente recogen las maletas y se dirigen al aeropuerto. Al llegar al mostrador, el hombre simula haber dejado el pasaporte en el hotel para evitarse el forzoso regreso; persuade a su hermana y sobrinos de no perder el vuelo, con la promesa de asistir a las exequias de su madre tan pronto resolviera lo del pasaporte. En realidad lo que buscaba era prolongar sus tronchadas vacaciones.

Neil Bennett (Tim Roth), hospedado en una maltrecha posada del centro de Acapulco, desatiende las incesantes llamadas telefónicas de su hermana para inquirirle sobre los trámites consulares de un retorno que nunca ocurrió. Uno de los motivos ignorados por su hermana era el ardiente romance con una joven lugareña. Después del sepelio, la hermana decide regresar para saber las razones de su extraña actitud. Discuten y terminan en un acuerdo: él renuncia a la heredad y le pide traer un abogado de Londres para firmar el pacto. Así se hace. Completado el protocolo, la señora y el abogado se dirigen al aeropuerto y en la ruta son interceptados por una banda de atracadores que les disparan desde un carro. La mujer muere y acusan a su hermano de confabulación con los bandidos. Lo que sigue es otra historia intensamente humana.  La película retrata estampas pavorosas de la vida en ese viejo destino turístico. Tan patéticas como ver playas militarizadas y ejecuciones relámpagos de bañistas.

Conocí Acapulco en el 1992; entonces perdía el último brillo de sus tiempos más primorosos, esos que vieron pasear por sus playas a Los Beatles, Marylin Monroe y Elvis Presley, entre otras celebridades, en tanto meca del turismo playero de los sesenta y setenta.  Regresé en el 2018. Era otra ciudad: trastornada, decadente e insegura. Hoy, las arenas que evocan la canción “Cuando calienta el sol” de los 60 son holladas por botas militares de efectivos que resguardan la seguridad con la ostentación intimidante de fusiles R-15 y AK-47. Esta ciudad del Pacífico sur se ha mantenido entre las cuatro más peligrosas del mundo arrastrando una tasa de 110 homicidios por cada cien mil habitantes (2018). El estado de Guerrero ha quedado atrapado en una ruta troncal del narcotráfico y es epicentro de una violencia brutal entre los carteles que se disputan el control del puerto de Acapulco. Las luchas alcanzan otras importantes plazas del Atlántico, como Cancún, que ya figura entre las cincuenta ciudades más violentas del mundo, Playa del Carmen y Tulum en la Riviera Maya.

México ha estado entre los primeros diez destinos más visitados del mundo con cerca de 45 millones de turistas cada año, que le reportan ingresos en divisas por 24,600 millones de dólares. En el 2020 logró ocupar el tercer puesto mundial. El turismo representa un 8.9 % del PIB y genera casi diez millones de empleos formales. Poco ha poco la violencia deja su huella en la pérdida de la competitividad turística y el flujo de visitantes. La degradación de los pueblos vecinos a los circuitos de mayor afluencia ha sido un fermento crítico en el deterioro de la industria. Eso es mala noticia para el mundo, pero buena advertencia para la República Dominicana, tercer país receptor de turistas en América Latina y primero del Caribe.

Lo penoso es que nuestro modelo se ha mantenido congelado desde el 1970. Han crecido los destinos, los visitantes, las habitaciones, pero para las mismas ofertas “all inclusive”.  Seguimos plantados en el “turismo de fortaleza”, ese que confina el hospedaje a espacios aislados para un visitante de dos semanas. No hay conexión vital con el entorno, que sufre históricamente el abandono del Estado y del capital inversionista. Un polo orgánico es el que genera ese arraigo y convierte en residente al visitante. Pero no. Competimos con México tanto en el modelo como en las desatenciones a las comunidades vecinas, que crecen sin planeamiento, servicios básicos, seguridad ni orden urbano. Esos cuadros de fuerte asimetría matan lentamente al turismo y explican parte de las razones por las que se degradaron los polos de la costa norte.

Llegó el momento de abogar por un replanteo del desarrollo de las zonas a partir de una visión de conjunto. Las cadenas hoteleras no pueden vivir de espaldas a los pueblos vecinos. Son sistemas de convivencia interdependientes que forman una misma unidad económica.  La planificación y gestión de esas comunidades debe ser resultado de un esfuerzo compartido. Creo que una industria que se ha beneficiado de las exenciones fiscales por varias décadas debe retribuir socialmente los dividendos de su operación no solo aportando empleo, que no deja de ser un activo de las empresas, sino asegurando una efectiva integración al desarrollo comunitario a través de los más diversos planes asociativos. Pero predomina la creencia de que esos problemas son del Estado.

Me apena ver, por ejemplo, cómo la vía de acceso al circuito de hoteles de Bávaro es una avenida de dos carriles y en algunos tramos sin adecuadas aceras para la circulación peatonal. Son muchos los accidentes ocurridos sin mayores reacciones. Y mi desconcierto se hace más crudo cuando noto que los terrenos de ambas márgenes de la vía son privados, sin construcciones y cubiertos de vegetación, factores que harían viable y menos costosa una ampliación de la vía.

Lejos de aislar los centros turísticos de las comunidades a las que pertenecen, el propósito debiera ser abrir puentes de conexión cultural que le reporten al visitante ideas y experiencias distintas a las del ambiente creado en las instalaciones hoteleras. Que los haga sentir que llegaron a la República Dominicana.

No sería ocioso hacer un levantamiento de los aportes que, aparte del empleo, ha realizado ese capital al desarrollo local. Se impone que, en los proyectos de nuevos polos, como el de Pedernales, se impongan miradas y estrategias más horizontales que incorporen a las comunidades vecinas a la dinámica del desarrollo.  Y es que, como escribía el autor afgano M. F. Moonzajer, “no podemos tener o vender sueños cuando los vecinos viven pesadillas”. Por: José Luis Taveras [Diario Libre]

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