En Ucrania hay 15 reactores nucleares activos y estos días ha saltado la alarma ante la eventualidad de un ataque contra una de las centrales del país invadido. La mayor parte de los expertos lo considera improbable, dado que la dispersión de radiactividad llegaría a Rusia. El temor de los especialistas es que se pudiera producir, como consecuencia de los combates, un accidente o error bélico que afectase al sistema de refrigeración o a un tanque de residuos. Las consecuencias serían imprevisibles.
Lo ocurrido la pasada semana en la central de Zaporiyia, la más grande de Europa y una de las diez mayores del mundo, no fue en realidad un ataque contra sus reactores, como circuló como noticia-fake. El Departamento de Estado de EEUU tuvo que desmentirlo y envió un mensaje urgente a todas sus embajadas en Europa para que eliminara el tuit publicado por su legación en Kiev, en el que se acusaba a Rusia de haber atacado la central. La realidad es que un grupo de milicianos ucranianos entró en un edificio cercano disparando contra los militares que patrullaban aquella zona ocupada. Los rusos repelieron y los nacionalistas ukros incendiaron el edificio antes de huir.
Ciertamente Putin está loco, pero no tanto como para bombardear una central atómica provocando un escape radiactivo que afectaría a Rusia. Uno de los problemas de esta guerra está siendo la pérdida de control sobre las milicias armadas que actúan sin obedecer a Ejército alguno. Los reactores nucleares no pueden ser objetivo de nadie, pues el escape sería letal para todos. Pero es que, además, están tan poderosamente protegidos que incluso en caso de un ataque directo es difícil dañar su núcleo principal. Son auténticos búnkeres con cuatro capas y una última de hormigón armado que resistiría incluso el impacto de un avión. El problema es si se corta el suministro eléctrico que impide refrigerar el reactor, o bien que se pudieran ver afectados los contenedores de residuos o almacenes de material de reposición, más vulnerables y que pueden contener radiactividad. Habría consecuencias. Por: José Antonio Vera [La Razón]
