¿Qué clase política es esta, que ni siquiera hay apariencias en el sepelio de uno de sus muertos y para aparentar la mínima civilidad?

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La ocurrencia de la cuestionada muerte sorpresiva del exsenador Reinaldo Pared Pérez, apenas pudo presentar el escenario más o menos creíble de todo un grupete de políticos y lideres y cada uno compitiendo respecto a quien decía las palabras más edificantes a favor del difunto, en tanto por sus miradas y gestos huidizos, todos sabían que estaban protagonizando una de sus grandes comedias entre vivos que casi en mayoría se desprecian entre sí y casi sin disimulo.

Anoche, sin embargo, durante el sepelio “privado”, los pocos datos que trascendieron, pues aparte de los familiares, solo los “íntimos” de cada líder se dieron cita y allí casi compungidamente y con la buena fortuna de que las mascaras que les cubrían hicieron a satisfacción su papel y ocurriendo el milagro de que casi todos salieron creyendo que habían hecho su mejor función.

El muerto y por aquello de que al morir solo tierra necesita y compromisos y pactos contraídos en vida desaparecen dentro de los elogios fúnebres y el discurso de ocasión y solo mirando el cuadro familiar de cónyuge viuda e hijos realmente heridos por el gran dolor de una perdida irreparable, debieron tirar a un lado sus pesares y darle cara a esa audiencia de perversos que les rodeaba y no por querer estar allí, sino porque la misma les significaba, el paso más o menos lógico que también a ellos les tocará al momento de que la naturaleza, Dios y la misma vida decidan interrumpir para siempre sus propias vidas. En cierta forma, con el sepelio de Pared Pérez, todos esos políticos se veían ensayando el suyo propio.

Por su puesto, no que el ilustre fallecido no se mereciera tan significativa como postrera despedida, pero si rápidamente se hace un análisis de su trayectoria pública, ¿a cuantos benefició?, ¿sirvió de algo su paso por la política del poder?, ¿realmente fue un entregado en procura de hacer lo mejor por sus conciudadanos?, son respuestas que no calan, ante la realidad de que el ahora a enterrar, más se benefició para sí que para los demás y al que posiblemente solo sus deudos directos apreciarán el tronco que se les acaba de ir.

Precisamente, son las mismas preguntas que ocurren cuando todo ser vivo y humano muere, en tanto se ensaya hacer un balance más o menos cierto y muchas veces interpretativo, respecto a si sirvió de algo que pasara por este mundo transitorio de vivos en el que la materia no es eterna y solo el espíritu trasciende, evoluciona y tiene muchas vidas.

En este sentido, la muerte de Reinaldo Pared Pérez y viendo el acto de máscaras en que su sepelio fue convertido y en particular la manera equidistante entre los jefes políticos y ya expresidentes, quienes ni así trataban de parecer normales y solo sí caricaturas de dioses perdonavidas que en su momento cada uno hizo ricos a muchos o que en su momento también cada uno cobró cuentas a tantos otros, mientras ambos, todo el tiempo se han negado a reconocer todo lo de malo que hicieron en contra de los demás, pero por el imperio de sus presencias, todavía atractivas a la posibilidad de resurgir, marcaban terreno y solo rodeado de sus fieles.

¿Es eso ser político o haber llegado a la presidencia de la República? Si vamos a justipreciar sus actos y tantos tan envilecedores, debemos llegar a la conclusión de que la comedia humana es dura e implacable y que cuando de ambiciones personales y políticas se trata, todo es válido con tal de trascender y fingir todo el tiempo. ¿O precisamente por eso quedaba el ensayo de saludar con aire de supuesta tristeza a todos esos fieles que igual de hipócritas y de taimados, concurrían a aquella puesta en escena, justamente para que cada expresidente entendiera por nueva vez aquello de “estar donde el capitán te vea” y que es el acto pérfido compartido entre políticos con ambiciones de poder aun no satisfechas?

Sin embargo y sabiendo de qué materia están hechos los fieles y seguidores, todos esos y tratando de que un grupo y el otro de los círculos de íntimos de los jefes a los que saludaban no pudieran tirarles en cara sus felonías, ese esquema de sumisiones abyectas y colectivas, en cierta forma, les protegía de los escrúpulos que todavía pudieran quedarles.

Mientras todo lo anterior ocurría, los ojos extraños del nuevo poder que les desplazara en julio 2020 del poder, auscultaba desde las sombras, sacaba balance y proyectaba una perspectiva de futuro por la que entendiera, que en lo que queda de mandato, tres años, sería el tiempo necesario para aplastarles y lograr su continuidad.

De ahí el aporte farisaico representado en una declaración de duelo oficial, las palabras cuidadosamente escogidas para dar apariencia de angustia y dolor entre gente decente y el accionar de “espontánea” tregua política y entre gladiadores que a partir del entierro volverán a lo suyo.

Entretanto, mañana será el gran día a ojos del público: El desfile al camposanto, en el que no faltarán las plañideras de ocasión y menos, los compungidos de la perversa pequeña burguesía y todos y junto a la clase popular, representando su ultimo y sentido papel y de entender, que a mayor sumisión y “natural dolor”, abonarán espacio para que los dos expresidentes, de una u otra manera todavía les entiendan útiles. Al final del día, el difunto se quedará solo y reinando desde el mundo de los espíritus, pero desde lo alto y listo a emprender el tramo mayor hacia la inmortalidad.

¿Tenemos razón si preguntamos, que clase política es esta, que ni siquiera hay apariencias en el sepelio de uno de sus muertos y para aparentar la mínima civilidad? Con Dios. (DAG)