Un crimen horrible

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No hace falta ser populista o de extrema derecha para estar en contra del aborto. No hay que ser de Vox para creer que el aborto es un enorme fracaso humano y el derecho al aborto, una monstruosidad. No parece razonable que la posición moral ante el aborto se convierta en la línea de separación o frontera entre la izquierda y la derecha. No se entiende que la izquierda se desentienda de defender al ser humano más indefenso, aún no nacido.

Es muy preocupante que, de unos años a esta parte, se haya producido la aceptación social, como algo inocuo, del derecho al aborto. No se entiende que el Partido Popular, de fuerte componente democristiano, se deje arrastrar por la izquierda a su terreno, supuestamente ideológico, en este decisivo asunto, supeditando las convicciones éticas a los intereses electorales.

Ha bastado que la Junta de Castilla y León, por iniciativa de Vox, haya anunciado una serie de medidas a fin de que la mujer reflexione antes de desprenderse de su hijo, para que se levante un alboroto político y asome la cobardía moral de la variopinta derecha moderada, con los liberales a la cabeza.

No parece un desatino que la mujer escuche el latido del corazón de la criatura que lleva en sus entrañas antes de decidir eliminarla. ¿A qué viene tanto escándalo? Casi cien mil abortos ocurren al año en España, donde la baja natalidad es ya un grave problema nacional. Abortar es más traumático y menos razonable que dar el niño en adopción si la madre no puede hacerse cargo de él.

Coincide la campaña a favor del derecho a abortar con la noticia de que el Tribunal Constitucional, una vez alcanzada la mayoría progresista, se dispone por fin, después de años y años de espera, a dictar resolución sobre la constitucionalidad de la actual ley del aborto. Parece que la división en el tribunal perdura en este delicado asunto de fuerte contenido ético. Recuerdo que un día me aseguró el presidente Suárez que la Constitución impedía el derecho al aborto. Por eso, según él, se había puesto lo de «todos tienen derecho a la vida». «Eso incluye al no nacido –me dijo–, ese es el espíritu constitucional».

Es llamativo, sin embargo, que en España esté más protegido legalmente un huevo de águila que un feto humano. No hace falta ser católico para oponerse al aborto, pero los católicos –sean políticos, jueces, periodistas o feministas– deberían tener en cuenta lo que dice el Concilio Vaticano II: «Abortus necnon infaticidium nefanda sunt crimina» (el aborto y el infanticidio son crímenes horribles). Por: Abel Hernández [La Razón]