Cuando un gobierno y a sabiendas de que las instituciones de su país se encuentran dentro de un irregular proceso de identificación institucional, cuyo signo principal es la autodestrucción institucional para favorecer las tendencias autoritarias y militaristas de una sola persona, se aboca a su particular proceso corrosivamente hegemónico y si el país no tiene respuesta temprana a semejante autoridad deformada, es poco lo que sus fuerzas vivas pudieran hacer para impedirlo. Salvo si se diera una voluntad determinante dentro de la sociedad civil para contrarrestarlo.
Sin embargo, en EEUU y con la llegada del primer presidente tipificado como delincuente a raíz del tortuoso proceso legal que debió experimentar y desde el momento que en las postrimerías de un mandato anterior intentó socavar su propia legitimidad tratando de no reconocer su aparente derrota electoral y la que ahora y ya de nuevo en el poder por otra elección ganadora, se ha podido descubrir, que efectivamente, tanto el partido oficial anterior e igual el político que este encumbró como presidente, habían conspirado para sabotear las elecciones y cometer un fraude electoral que realmente despojó al presidente en ejercicio (Trump) de una reelección extremadamente populista y de la que poco podría hacer el Partido Republicano para impedirla.
Debido a esos accidentados acontecimientos, más el añadido, de que el presidente en ejercicio y en una medida desesperada trato de impedir via la violencia política popular que el fraude se materializara, se tiene ahora el fuerte como contradictorio resultado, de un nuevo gobierno del presidente Donald Trump, aquel presidente al que fuerzas políticas y económicas realmente le robaron las elecciones para su fracasado segundo mandato continuo y el que mostrándose lleno de venganza y odio, no solo ha puesto patas arriba a su país sino también y prácticamente al mundo.
Pero ahora, el presidente Trump tiene un nuevo interés, que en su primer mandato no mostró y que es el de ajustar cuentas “institucionales” con el resto del mundo y en particular con la Unión Europea. La razón de este propósito tiene mucho que ver con el desmesurado poder que el aparato militar e industrial ha tenido para fabricar y financiar guerras y cuya mayor muestra se tiene en el proceso institucional socavador de 2014 en Ucrania, que dio como resultado la caída del gobierno constitucional pro ruso y la lucha de poder entre los gobernantes subsiguientes y hasta que y en un gesto de gran frustración, el país eligió y en un retroceso institucional brutal, a un cómico y bailarín popular de poca monta y como su nuevo presidente.
El juego de poder que se suscitó y siempre avivado por una burócrata estadounidense, que no paró en su determinación de imponer una situación que garantizara, que los casi cincuenta laboratorios fabricantes de armas bacteriológicas se mantuvieran y los que estaban a control y supervisión del hijo mayor del entonces presidente Joe Biden, quien, desde su primera visita como senador al país eslavo, no escondió nunca su interés de convertirlo como el primer reducto de fabricación de armas químicas.
Tantos intereses y motorizando tantas ambiciones desbocadas, al final originó la toma “civil” de Crimea por Rusia y luego en el 2022 la invasión militar rusa a ese país y como gesto desesperado del Kremlin para no perder los territorios de su frontera sur.
Todo lo anterior y a grandes rasgos, fue el caldo de cultivo para la concreción del desplazamiento del presidente Biden del poder y su reemplazo por Trump y quien de inmediato y hacha en mano, comenzó el desmantelamiento de ese poder oculto abrumadoramente controlador y el que había logrado, que el estadounidense promedio no solo que no entendiera los caminos del poder, sino que dejara hacer.
Con el retorno de Trump se desataron los demonios dormidos de la ultraderecha militarista más endemoniada y la que espantada porque el poder global absoluto que EEUU había obtenido a raíz del final de la Segunda Guerra Mundial y el renacimiento del poder económico e influencia política en Europa con el Plan Marshall, ahora se encontraba en declive y en el horizonte un nuevo poder multipolar que amenazaba su hegemonía de casi ochenta años y ya se ven los resultados: EEUU no ha podido detener un mundo multipolar, pero abocándose a un proceso institucional socavador lo más parecido a una guerra de guerrillas, intenta revertir la situación y utilizando el carácter y determinación de un Trump, que a estas alturas y equivocadamente se considera el emperador del mundo.
Por ese interés, no solo que el presidente estadounidense ha dado un golpe de mesa que ha fraccionado el mapa mundial, sino que deliberadamente busca una alianza suigéneris con Rusia, hace como que realmente quiere enfrentar a China, socava el desastre de una Ucrania utilizada por Europa para contraponer a EEUU y para imponer su concepto político electoral de hacer América grande otra vez, pero cometiendo a lo interno dos graves errores: Imponer una dictadura de derecha extrema y anti inmigrante y con el único propósito de “poner en cintura” a América Latina e imponiéndole a los países latinoamericanos y sus gobiernos, que “elijan” entre hacer negocios con EEUU o con China Popular.
Es decir, olvidando adrede, que su país es el más fuerte socio comercial con China, Trump quiere impedir que el país asiático avance en el Continente y con su “clásica” prepotencia y mala educación de matón de barrio, les amenaza con la ira divina si intentan ampliar sus relaciones diplomáticas y económicas con China.
Desde luego, Trump sabe que nadie le hará caso, salvo países en los que haya gobiernos vasallos de Washington, recién visto con Panamá y como es el caso dominicano y lo que dudamos, que Abinader pudiera hacer igual, conociéndose que el pueblo dominicano nunca permitirá semejante imposición que lesionaría su propia soberanía y sin importar el costo que hubiese que pagar de hasta impulsar el derrocamiento del régimen e imponiendo un régimen militar-populista al estilo de los 10 países africanos del Sahel.
Teniendo en cuenta ese interés que ya luce tan porfiado y dejando a un lado este repaso de la historia y geografía y política mundial, advertimos al presidente Luis Abinader, que no intente “hacerse el sabroso” más de la cuenta con Washington y ahora menos, cuando en estos días le llegará una embajadora que no viene como tal y sí como supervisora de un gobierno lacayo.
Abinader, debe recordar que él no está en su mejor momento y teniendo una fuerte mayoría nacional que prácticamente le rechaza y reprueba su sistema de gobierno tan corruptor e impopular y que esos y supuestamente, «solo» 231 fallecidos en la conflagración de Jet Set, en cierto modo, son los abanderados de su probable derrocamiento o renuncia forzosa, para que ahora quiere hacerse simpático con un Trump que en lo particular se conoce que le desconfía.
Hablamos específicamente, de que estos no son tiempos para nada de improvisaciones y sí de cautela extrema y sobre todo para un gobierno estructuralmente tan débil como el de Abinader y el que, a la desesperada, a base de cañonazos de papeletas convertidos en ayudas sociales y contratos publicitarios para una prensa adocenada y vil y dejando que las instituciones se corrompan, pretende dividir y reinar.
De ahí que de entrada y no yéndonos por la tangente, puntualicemos, que, aunque parezca extraño. Pocos han caído en cuenta de que en EEUU hay un proceso irreversible de autoritarismo personal e institucional extremo que procura una dictadura global y dirigido por un matón. Con Dios. (DAG) 17.04.2025
