La carga polaca contra la migración en Bielorrusia, una página vergonzosa de la historia de Europa

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Tenía que pasar y pasó: los migrantes que, hasta hace poco, estaban en la frontera entre Bielorrusia y Polonia casi han desaparecido de los medios occidentales. De portada a casi la nada. Solo es el comienzo, tendrán el mismo destino mediático que Yemen, Ucrania, Palestina, Siria, Afganistán o Líbano: el olvido. Salvo, claro está, que interese volver a utilizarlos como arma mediática en la guerra geopolítica o como propaganda de la bienaventurada Europa.

El origen de este cambio lo encontramos en los cañones de agua y gases lacrimógenos usados el pasado 16 de noviembre por Polonia contra los migrantes. Unas nuevas imágenes violentas para la infamia europea que no han gustado nada a esos europeos a los que no les importa la sangre mientras no salpique. Mientras parezca un accidente. 

Sin embargo, las imágenes en la frontera polaca son representativas como pocas de la situación actual en el mundo: cuatro migrantes con un tronco sobre los hombros cargando contra una frontera blindada de efectivos policiales que los repelen con toda la fuerza de la que son capaces. Como si de un asalto a un castillo medieval se tratara. En parte, así es.

Es por ello por lo que Charles Michel afirmó, hace un par de semanas, que Europa estaba sufriendo un "brutal ataque híbrido", razón por la que no descarta financiar muros y vallas contra los migrantes. Y tan tranquilo —Austria, Bulgaria, Chipre, República Checa, Dinamarca, Estonia, Grecia, Hungría, Lituania, Letonia, Polonia y Eslovaquia han pedido por carta la construcción física de un muro con financiación europea—.

Pero, claro, los gases lacrimógenos y los chorros de agua no quedan bien, por mucho que Polonia haya acusado de violentos a los mismos migrantes que vagan por el mundo debido a las decisiones geopolíticas europeas. Parece ser que esperaban que los migrantes hubieran intentado llegar a Europa con flores, pero la inocencia hace tiempo que no funciona con la codiciosa Europa: entre 2014 y 2018 fallecieron al menos 1.600 niños intentando llegar al Viejo Continente —según la Organización Internacional para las Migraciones, OIM, perteneciente a la ONU—. Es de suponer que estos niños, fallecidos junto a otros treinta mil adultos, formaban parte, para Charles Michel y gran parte de Europa, de otro brutal ataque híbrido.

Quizás, por esta razón, porque los migrantes son munición para ataques híbridos, la Unión Europea los prefiere en la fosa común del Mediterráneo o en manos de sanguinarios dictadores antes que en sus fronteras.
Migrantes kurdos olvidados por Europa

Para contextualizar con mayor precisión la asimetría de la sensibilidad europea, los migrantes kurdos en la frontera polaca tan solo son unos pocos miles de los quince millones de kurdos a los que Recep Tayyip Erdogan y otros déspotas han maltratado durante años mientras Europa guardó un conveniente e ignominioso silencio. Una complicidad cuyo objetivo principal lo encontramos en el ánimo de preservar el acuerdo con Turquía para limpiar el Viejo Continente de migrantes a cambio de miles de millones y un cheque en blanco para barbaridades. Un acuerdo que constituye, casi con seguridad, la mayor transacción de tráfico humano de la historia. Y es que, a veces, es difícil saber quién es más filonazi, si Erdogan, que lo ha reconocido públicamente, o Europa, cuyo comportamiento más allá de los pomposos discursos causa estridencias. 

Años de protestas kurdas por la dictadura turca

Por otra parte, conviene señalar que las protestas kurdas por los excesos de la dictadura turca no han cesado durante los últimos años, aun cuando no hayan conseguido que Europa reconsidere su posición con respecto a Turquía. Un país cuyo poder, como el de Marruecos sobre España o el del Magreb sobre la Unión, se basa en el control de la migración. Ejemplos no faltan sobre cómo Europa ha ignorado a millones de kurdos mientras hoy manifiesta un gran pesar por unos pocos miles de migrantes en la frontera entre Bielorrusia y Polonia.

Así, por ejemplo, en distintos medios se informó el 6 de noviembre de 2016 que 6.500 kurdos marchaban en Colonia para protestar por la dictadura de Erdogan y el maltrato que sufría el pueblo kurdo. No fue la única manifestación, pues estas se repitieron en Berlín, Stuttgart, Karlsruhe, Hamburgo o París sin que la Europa sensible prestara atención al problema kurdo. A los que, por si fuera poco, también ignoró cuando protestaron en las calles turcas, donde fueron tratados al estilo polaco: cañones de agua y gases lacrimógenos. Ya ven, Turquía y Polonia no parecen, al fin y al cabo, tan diferentes.

Además, podemos señalar, en otro de los muchos ejemplos, cómo durante el año 2019 se informó —de forma marginal— de los interminables y diarios bombardeos turcos a los kurdos o de los ataques de grupos de yihadistas apoyados por Turquía a convoyes de civiles o campos de desplazados. Acciones gravísimas que quedaron silenciadas o marginadas en los medios occidentales a pesar de constituir una situación de evidente genocidio o limpieza étnica.

Repasemos la posición europea, no tiene desperdicio: ¿Genocidio y limpieza étnica de kurdos a cambio del servicio de limpieza humana de Erdogan para dejar Europa impoluta de migrantes? Convenio migratorio turco-europeo. ¿Unos pocos miles de migrantes kurdos en la frontera de Europa intentando huir del infierno turco? Brutal ataque híbrido. Así están las cosas.
Buenos y malos

Por todo ello, la lectura es, pues, tan inapelable como decepcionante y bochornosa: los bielorrusos son muy malos por permitir a los kurdos huir del genocidio turco y llevarlos a la frontera europea mientras que los turcos son muy buenos por masacrar masivamente kurdos y mantener varios millones de refugiados y desplazados lejos del confortable y lujoso castillo europeo.

Sin embargo, y aunque puede que me equivoque, diría que debería ser al revés: bajo ningún concepto migrantes que huyen de un genocidio deberían ser considerados como un ataque y bajo ningún concepto se debería de pagar varios miles de millones de euros a un filonazi para que haga desaparecer la migración de Europa. Es un comportamiento monstruoso que la historia no olvidará: los migrantes kurdos en la frontera bielorrusa no merecen cañones de agua ni gases lacrimógenos, sino mantas, comida y cobijo.

Pero esta es la Europa de la apariencia, la que pretende construir murallas con las que defenderse de las pobres gentes mientras las repele de forma violenta. Y ello, aun cuando se trata de personas que, en muchos casos, han sido empobrecidas, maltratadas o expoliadas por la acción, la complicidad, el interés o el silencio de la Unión Europea. De lo contrario, de ser Europa un ejemplo de solidaridad y Derechos Humanos, los migrantes jamás podrían constituir un ataque híbrido. Son personas. Por: Luis Gonzalo Segura [RT]