El arte de no dejarse provocar

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Saber reaccionar adecuadamente es una de las virtudes menos valoradas. Por lo general, asumimos que las reacciones tienen que ser más fuertes, y en el mismo sentido, que las acciones que las provocan.

Así, frente al insulto queremos destrozar verbalmente al otro, frente a la agresión ¿de cualquier tipo? queremos reciprocarla en forma devastadora.

Pero hay una forma más sabia de hacer las cosas. Por lo general, el provocador sabe lo que busca y lanza dardos para obtenerlo. Esa es su opción consciente y motivada, quien la asume es dueño de ella. De igual manera, somos dueños de nuestras reacciones.

Permitir que una provocación haga mella y determine nuestro modo de actuar es, casi siempre, un error grave por muchas razones.

En primer lugar, nos lleva al terreno seleccionado por el provocador, donde las opciones estarán limitadas por una dinámica de escalamiento que sólo beneficia a éste. En segundo lugar, nos distrae de las medidas o decisiones que sí debemos tomar en nuestro beneficio. Tercero, nos acerca a ser atrapados en un conflicto que no es propio.

Estos son los efectos de caer en el juego ajeno, de no mantener la cabeza fría cuando el momento lo requiere.
Resistir la provocación no es señal de debilidad, todo lo contrario.

Es muestra de que se baila al compás elegido, con seguridad en qué se quiere lograr y en cómo hacerlo. La provocación busca romper esa autonomía y atarnos al provocador, que siempre perseguirá convertir al provocado en chivo expiatorio.

Con una frecuencia abrumadora, la mejor forma de responder a la provocación es no hacerlo. Se la toma en cuenta porque predice muy bien el comportamiento de quien la realiza, pero no hay que permitir que dicte nuestro propio modo de actuar.

Continuar siendo dueños de nuestros actos, no dejarnos separar del camino que nos hemos marcado para enfrentar la crisis, es una muestra de firmeza más sólida que cualquier manotazo en la mesa. Por: Nassef Perdomo Cordero [El Día]