Es mucha la gente de clase media y también dentro de los ciudadanos de a pie, que han hecho una especie de mantra, de que la corrupción a gran escala que abate a esta nación desde hace 61 años es producto de otros y no de ellos mismos y debido a esta realidad, al final se sucede lo que siempre se nota: La terrible asociación de malhechores en la que han sido convertidas las fuerzas vivas y ni hablar dentro de la llamada “sociedad civil”.
Pero también y esto hay que reconocerlo y aun cuando para algunos sea duro admitirlo, que fundamentalmente, si hay corrupción, se debe al hecho real e incuestionable, de que desde el magnicidio y hasta la fecha, si la prensa dominicana y en líneas generales no fuera la especie de arma de reglamento de quienes, como corruptos, realmente han secuestrado a la nación, haría mucho rato que los niveles de corrupción no fueran todo lo apabullantes que ahora se muestran y en una nación en la que la impunidad es su ámbito más descriptivo.
De esta manera y como hasta ahora se ha visto, nadie a caído preso como corrupto, aunque si se han dado escarceos mediáticos de distracción y con uno que otro presidente de la Republica o determinados gobiernos, a los que los grupos oligárquicos, dueños también de la terrible concentración de medios en pocas manos, han logrado “castigar” y haciendo que el dócil aparato de justicia y junto a bandas de abogados sicarios, impongan condenas de las que al poco tiempo, se ve como presidentes y gobiernos y por miedo a sus futuros, desautorizan a quienes han cometido la feria de imputaciones alegres que han descalabrado a personalidades y hasta jefes de Estado.
Justamente porque todo es un alucinante baile de máscaras e imposturas groseramente hipócritas como artificiosas, ha sido la respuesta que a nivel popular se ha dado y de puro pillaje, extorsión, robo y tráfico continuo de drogas y rivalizando la población dedicada a estos delitos, con los ejercicios de enriquecimiento ilícito a gran escala, que la mayoría de los grupos económicos y financieros han hecho e impunemente hasta ahora, con sus acciones y actitudes de puro lavado de activos y tráfico de influencias también a gran escala.
Por esta situación, prácticamente no se puede llegar al consenso de decir, que grupo o sector se aprovecha más de los recursos de la nación o cual y con mayor ímpetu asalta los dineros públicos, pero que al verse las riquezas que exhiben, tanto políticos, empresarios de las drogas o el lavado de activos, traficantes de influencias o miembros de los grupos económicos y financieros y sin dejar de mencionar a los que se dicen suplidores del Estado y también a los grandes y continuos grupos familiares oligárquicos y estos últimos, creyéndose que Dios les regaló este país para que lo exploten inmisericordemente.
Aunque sí conociéndose, que lo anterior sucede porque realmente la República Dominicana está dominada y es esclava de la más formidable asociación de malhechores que alguna vez país alguno hubiese tenido y para que ciertamente se entienda, que de alguna manera, las nuevas generaciones y políticamente desde el 1967 y con mayor énfasis en las del 1976, son y deben de ser las ejecutoras de la mayor transformación y revolución moral que la parte no contaminada del pueblo dominicano anhela y para tener una sociedad justa y una ciudadanía moralmente ordenada.
Solo hay que hacer una especie de auditoría forense y comenzando por los mass media y sus periodistas y alabarderos y luego siguiendo con los barones mediáticos dueños de la abusiva concentración de medios de comunicación y de información de masas en pocas manos y para entender, que no es precisamente el aparato político y sus políticos, los grandes autores de las felonías y robos que azotan a esta economía y sí y para decirlo como un todo, su desastrosa clase gobernante. Toda esa que ha prostituido a todas las instituciones nacionales, la misma estructura del poder y socavando con sus inconductas a la institucionalidad, al tiempo que, para tapar sus faltas morales, ha dejado que, desde lo profundo de los barrios en nuestras ciudades, nazca la terrible ola de pandillerismo social en el que también están involucrados guardias y policías y que ahora ha obligado al gobierno de Abinader a desatar una persecución continua, arbitraria e indeterminada.
Recordamos, que cuando POR EL OJO DE LA CERRADURA nació hace 50 años, la vieja y tradicional sociedad rural que este país tenía y con una mínima presencia de clase media adinerada hija de determinados inmigrantes con doscientos años de presencia, no era más que una muestra abigarrada de tenderos árabes, turcos, españoles y uno que otro dominicano, sí adinerados, pero no millonarios y con ligeras muestras de empresas más o menos desarrolladas que hacían de contrapeso al Estado conservador que apenas tenía voz propia.
Si se recuerda, a partir del 30 de mayo de 1961, culminación de las “inversiones” que los Vicini hicieron para matar a Trujillo y luego destruir la dictadura, es que en toda la nación se produce el destape por el enriquecimiento ilícito a base de los recursos públicos, el desmantelamiento del aparato productivo del Estado y el nacimiento de las bandas delincuenciales callejeras que luego se convirtieron en los nichos de rebeldía social que ahora han dado al traste con la paz pública y que por lo visto atemorizan a todos. En el interin, de estos 61 años, los 2.5 millones de dominicanos que existíamos a la desaparición de la dictadura y al incremento quintuplicado de la fortuna de la oligarquía tradicional, más los robos en todos los sentidos perpetrados por esta, coincidencialmente la población se incrementó en 8.5 millones de habitantes más y es de ahí de donde deben salir los jóvenes, que, si quieren su país, deberán enfrentar y conjurar el actual estado de cosas.
Precisamente, por ello es por lo que decimos, que, como producto de las elecciones del 2024, la República debe darse una nueva capa dirigencial por la que el caudillismo, el clientelismo y el populismo sean eliminados de cuajo y como base para enfrentar a esos grupos oligárquicos que han sido los grandes propiciadores de la corrupción existente.
Se podrá o no estar de acuerdo con nuestros planteamientos, pero si objetivamente las mentes más lucidas ven el desastroso resultado moral de un país convertido en apariencias en una nación de gavilleros, necesariamente habría que entender, que, si nos dejamos de hipocresías, se comprobará que la corrupción domina a toda la sociedad y no solo a la partidocracia y no tanto a los grupos oligárquicos, pero sí a una sola familia oligárquica y de la que realmente sus descendientes se creen los dueños de la economía, ellos que no hicieron nada para exhibir la riqueza indecente que tienen y quienes a conciencia, han hecho de todo para que la clase media alta se prostituya y el aparato político se arrodille a sus pies y lo que definitivamente hay que procurar terminar y para siempre. (DAG)